Campos de Soria
…
VI
¡Soria fría, Soria
pura,
cabeza de
Extremadura,
con su castillo
guerrero
arruinado, sobre el
Duero;
con sus murallas
roídas
y sus casas
denegridas!
…
Antonio Machado
Antonio Machado
He querido empezar con una estrofa del famoso poema de Antonio Machado "Campos de Soria", sinceramente no porque fuera su lectura la que inspiró nuestro viaje, sino más bien porque eso fue lo que hicimos en el famoso puente de Diciembre de este mismo año que termina 2018, transitar por los Caminos de Soria y alrededores.
La idea principal era visitar Soria, además del
Cañón del Río Lobos, la propia ciudad de Burgo de Osma, cercana al afamado
Cañón, así como otros pueblos y ciudades que no fueran saliendo al paso.
Aprovechando las horas, decidimos salir el miércoles de 5 de diciembre. Pocas horas nos quedaban de Sol, poco menos de tres, pero las aprovechamos para llegar hasta Guijuelo y sus productos del cerdo ibérico.
Guijuelo es uno de esos pueblos por los que hemos pasado
muchas veces; cuando digo “hemos pasado” quiero decir que vimos el rótulo con
el nombre del pueblo infinidad de veces cuando subiendo o bajando por la
antigua N630 o la moderna A66. Sólo una vez a principios de este año, nos
salimos a almorzar en las afueras del pueblo en uno de esos viajes relámpago hechos
a Cantabria. Pero esta vez, lo conoceríamos de lleno.
No teníamos muy claro donde pernoctar y al cruzar por medio
del pueblo, vimos a una AC aparcada en un parking de tierra, un lugar estupendo
que estaba a 5 minutos de paseo del Centro del pueblo.
Sin
saber muy bien el rumbo a seguir, nos dejamos guiar por nuestro instinto de
turista y tras un par de vueltas innecesarias, aparcamos en estas coordenadas:
Guijuelo, 40.55328, -5.67472. Recorrimos el pueblo sin rumbo fijo, fijándonos
en la gran cantidad de tiendas de chacina que había por doquier. Por supuesto
que nos gusta el cerdo y sus derivados, pero el jamón es lo que más. No era
momento de tiendeo, así que para reservarnos de un frío que se acrecentaba por
momentos, nos dejamos mecer por el olor de unas tapas ricas, ricas y vino de la
tierra. La ciudad estaba decorada con ese ambiente prenavideño que se adelanta
cada año. A eso de las 21:30 decidimos que en nuestra AC se estaría más
calentito; así que, nos dejamos convencer por el recuerdo del calor del hogar.
No
eran aún las 10:30 cuando el sueño nos venció. No en vano, había sido un día
laboral, a pesar de que pareciera que ya habíamos empezado el Puente de
Diciembre ¿o ya lo habíamos empezado de verdad? Creo que sí, dormíamos en
nuestra cama, pero en Guijuelo, eso sólo se puede hacer si eres millonario con
casa en todos lados o … si tienes una autocaravana.
El jueves 6 de diciembre amaneció
despejado, pero frío. Ya no éramos dos en el parking, sino tres. Durante la
noche –parece ser que llegaron a las 23:00- nuestros amigos y primos Antonio y
Paqui aparcaron detrás de nosotros sin un solo ruido.
Tras
el consabido desayuno autocaravanero –café recién hecho y tostadas con aceite y
jamón- saludamos a los compañeros de aventuras. Decidimos que nos acercaríamos
hasta el Area de servicio Cuatro Calzadas (40.81019, -5.6307) en la A66. En un
principio, iba a ser nuestro lugar de encuentro. ML y yo queríamos conocer el
lugar por si algún día lo podíamos utilizar en nuestras idas y venidas por la
A66. Ellos ya lo conocían. Fue un ir y venir, sin bajarnos. Pensamos que puede
servir. Con la misma volvimos a la A66 dirección norte.
Dejararíamos
la Vía de la Plata (A66) en Salamanca para tomar la A62 hasta Valladolid, donde
tomamos la A11 y después N122 hasta Burgo de Osma. Es verdad que a lo largo de
los trescientos y muchos kilómetros de la ruta del 6 de diciembre nos quedamos
atrás lugares como Tordesillas, Peñafiel o Aranda de Duero, pero sólo teníamos
cinco días de asueto y llevábamos el tiempo calculado para los lugares a
visitar y estos no estaban previstos.
Burgo
de Osma nos recibió con frío siberiano, nublado. El Área de servicio de
autocaravanas (41.58672, -3.07311) está perfectamente situada para ver la
ciudad, junto al río Ucero y a 100 metros del Puente Viejo que nos sirvió de
antesala para entrar en la parte amurallada de la ciudad.
Antes
de empezar la visita a Burgo de Osma, almorzamos manjares que llevábamos en
nuestras ACs mientras manteníamos una tranquila conversación sobre lo que
habíamos previsto hacer durante estos días.
Antonio
y Paqui, eternos viajeros, primos de ML y, por tanto, primos políticos míos han
sido compañeros de viaje en numerosas ocasiones, incluso hemos llegado a
recorrer Europa cuando esa expresión sólo estaba vedada para los viajeros más avezados.
Allá por mediados de los ’80 del siglo pasado recorrimos Francia, Suiza,
Austria y el norte de Italia en un Renault 7 de camping en camping y con tienda
de campaña. Al principio de los ’90 volvimos a Francia, París oh la la, Bélgica
y Holanda. Algún que otro viaje en AC hemos hecho por los alrededores de
Extremadura y playas cercanas, incluyendo la costa alentejana portuguesa. Es
decir, que experiencia de viajar juntos tenemos, aunque ahora siendo
autocaravanistas, quizás el viajar solos se haya impuesto. Tenemos nuestras
manías que no suelen ser compatibles con cualquier compañero de viaje, pero con
ellos seguro que sí.
Cuando
comentamos en una reunión de amigos el hecho de hacer este viaje, enseguida se
apuntaron y nosotros con sumo gusto aceptamos, así que les expliqué sin muchos
pormenores nuestra intención para estos cinco días de puente. Burgo de Osma
sería nuestra primera etapa.
La
tarde empezó con un café caliente nada más entrar por la muralla a la altura
del Puente Viejo y frente a la estatua de San Pedro de Osma. Un caserón antiguo
reconvertido en un bar. Muy conseguida la decoración, la luz entraba por un
gran lucernario construido sobre un patio central. Lo del lucernario tenía su porqué
con el frío que hacía en el exterior. Charlamos de esto y de aquello, pero
sobretodo de la decoración del lugar.
Seguimos
con el paseo bajo un frío anochecer. No había muchos turistas ni lugareños por
la calle, sólo nosotros que a los pocos minutos decidimos ver la Catedral de
Burgo de Osma. Bonita y apetecible, no sólo por la riqueza de su artesonado,
sino también por algo más terrenal, hacía una temperatura agradable en el
interior.
La
noche caía y nos dirigimos hacia un balneario que ML había encontrado en un
folleto y que recordaba que el año anterior cuando visitamos Cuéllar lo vio
anunciado en una Oficina de Información. No llegamos a ir, pero ahora no se iba
a quedar con las ganas. Es más hablábamos de dejar unas horas de mañana para
disfrutar de la calidez de sus aguas termales. El hotel balneario Castilla
Termal Burgo de Osma nos recibió con otro gran lucernario, bastante más grande
que el del bar anterior, que cubría un gran patio interior. La luz indirecta y
la fuente central le daban un aspecto irreal, casi abstracto. Mesas y sillones
se distribuían por doquier. Aprovechamos para tomar un té tranquilo, apacible,
sosegado, disfrutando de la conversación y del lugar. No tuvimos suerte con la
reserva para el día siguiente, no conseguimos encuadrar nuestras ansias por
hacer senderismo en el Cañón del Río Lobos con el placer que nos produciría un
baño relajante alejado del frío desagradable que nos esperaba. Preferimos el
infierno antes que el cielo, la tortura antes que el placer. Todo en sentido
figurado, claro.
Del
apacible y cálido ambiente, salimos a la heladora atmósfera de la noche
burgense. El frío soriano se dejaba notar, pero nuestra idea de seguir
deambulando por las calles céntricas de Burgo de Osma era más poderosa que la
temperatura baja, hasta que vimos que los lugareños se arremolinaban ante un
bar de tapas. Siguiendo el lema de que allá donde fueres, haz lo que vieres,
entramos en un bar lleno casi hasta los topes; digo casi, porque un pequeño
rincón nos sirvió para que los cuatro nos metiéramos entre pecho y espalda unos
torreznos, unos choricitos al infierno y unas croquetas caseras, todo ello
regado con sus correspondientes copas de vino y cerveza. Nos movíamos sobre el
metro cuadrado que nos habían dejado como expertos bailarines de chotis y casi
a voz en grito charlamos, comimos y bebimos durante algo más de media hora.
Dispuesto
a no dejar lugar de Burgo de Osma por visitar, salimos de nuevo a las calles,
pero duramos poco, casi al unísono los cuatro desandamos lo andado y de nuevo a
través del Puente de la Matilla o Puente Viejo llegamos a nuestras ACs. Como
habíamos sido previsores, la temperatura dentro de la nuestra era muy
agradable, seguramente 20ºC más que en el exterior. Quince minutos después,
yacíamos en nuestra cama, embutidos en los pijamas y dispuestos a leer al menos
cinco páginas. No sé cuantas leí, pero seguro que fueron menos. Los párpados se
cerraron recordando un día prometedor, un día en el que se cumplió lo previsto.
Mañana será otro día, nos dijimos.
Amaneció
temprano para mí el viernes 7 de
diciembre, como siempre, añadiría. El amanecer me pilló oyendo ulular el viento,
viendo como la temperatura exterior apenas superaba los 0ºC. Poco a poco los
primeros rayos de Sol me saludaron. Era hora de empezar aquello que he
convertido en un ritual autocaravanero: el desayuno. Es curioso que nunca tomo
café en casa, pero en la autocaravana es un placer terrenal que no me lo salto.
Creo que es el olor a café recién hecho que queda impregnado en cada rincón de
nuestra AC para todo el día y que sólo al día siguiente se vuelve a renovar con
la práctica, de nuevo, del ritual del desayuno autocaravanero. Hasta el botón
el agua fresca, hasta el borde rasante de café molido, cerrada con mimo una
cafetera negra que compramos hace años en uno de nuestros viajes. Leche muy
caliente, pero no una leche cualquiera, debe ser de avena, es más saludable
según ML que es la que sabe de salud en esta pareja. Cortes limpios de dos
rebanadas ni finas ni gordas de un pan para unas tostadas de diseño. Todo ello
casi al unísono se va haciendo paulatinamente. El café burbujea, oloroso se
esparce por el interior de la AC. La leche, casi hervida. Mezclado ambos en
unas proporciones perfectas. Mientras las tostadas blancas casi como el nácar
se tuestan lo suficiente para dejar otro olor especial en el entorno. Hora de
levantarse. ML se despereza y se sienta a la mesa recién puesta. Listas para la
miel que endulza nuestras tazas. Listas para recibir las lonchas de jamón o la
paletada de mantequilla, si puede ser portuguesa, mejor. Así empiezan todos los
días que nos vemos amanecer en nuestra AC, sea invierno o verano, en la tierra
patria o más allá de nuestras fronteras. Es una gozada.
Decididos
a cambiar de aire, nos dejamos llevar por el navegador rumbo al Cañón del Río
Lobos. Al llegar a un cruce, la realidad contradice a la tecnología; esta marca
hacia la derecha, la señal de tráfico que reza Cañón de Río Lobos marca a la
izquierda. Tras la típica discusión, decidimos seguir a la realidad de la
cosas. Una carretera tan ancha como la AC bordeada de árboles que amenazan con
peinarnos el techo nos lleva hasta una garita con dos guías que nos indican que
el parking que buscamos está un par de kilómetros más allá. Nos cobran 5€ y nos
señalan que podemos pernoctar en el Parque Natural si lo deseamos. Llegamos al
Parking de la Ermita de San Bartolomé, parking de Valdecea (41.74557, -3.06067).
Una decena de ACs están ya aparcadas allí.
Pertrechados
como expertos excursionistas, senderistas de afición, mochila al hombro, unas
cañas guía con marcas de rutas realizadas a lo largo del tiempo y botas
apropiadas, nos disponemos a visitar la Ermita de San Bartolomé, antesala a la
Cueva alta y a la baja y comienzo del sendero que nos llevará a través del
Cañón del Río Lobos. Un sendero, a veces sencillo, a veces algo complicado por
la humedad del terreno, en el que se vadea el río Lobos por unas inestables
pasaderas de piedra resbaladiza. Paredes que apabullan, frondoso entorno por el
que pasó la Historia y la Prehistoria, 25 km hasta Hontoria del Pinar, camino
rectilíneo que a cada paso nos alejaba del punto de partida, y lo que era peor
de nuestro punto de destino, nuestra amada AC. A los ocho kilómetros decidimos
dar la vuelta, nos esperaban otra vez los mismos ocho kilómetros que a la ida.
Habíamos visto volar a innumerables aves, pequeñas como milanos, grandes como
buitres leonados. Nos habíamos dejado acariciar por el viento y las hojas de
los árboles que inundan el Cañón. Mucha gente, demasiadas, y sobre todo manadas
de domingueros que disfrutan de la Naturaleza intentando imitar sonidos
inimitables, personas que si no van cantando, van radiando sus andanzas, no están
tranquilas. Nunca es tarde para marchar en silencio, dejando que nuestros
pensamientos hablen con el entorno. En algunos momentos me hubiera gustado
remedar el rey Juan Carlos cuando le espetón al más lenguaraz de los políticos
latinoamericanos aquello de “ ¿por qué no te callas?
Llegamos
de nuevo a nuestras ACs, cansados, pero en plenitud mental. El entorno espectacular
se quedaría para siempre impregnado en nuestro cuerpo cansado. Eran las tres de
la tarde. Después de cuatro horas de caminata un buen almuerzo nos fortaleció
para seguir hacia Soria.
El
Sol de las tardes de diciembre sabemos que no es como el de julio. Este se deja
caer sobre el horizonte y en pocos minutos aparece la noche. Yo no conduzco de
noche, así que la llegada a Soria fue casi agónica. Entrábamos por la Avenida de
Valladolid cuando el horizonte se iluminaba de un color anaranjado. El
navegador nos indicaba que aún nos faltaban tres kilómetros para llegar. La
vista de un gran parking fue el momento más relajado desde que prácticamente
salimos de Burgo de Osma. Sólo una camper estaba aparcada, aunque, como nos
dimos cuenta después, no sabía muy bien qué hacer, porque mantenía el motor en
marcha. Creo que sé lo que le pasaba por las mentes de sus habitantes “¿Nos
vamos? Esto está muy solitario. Pero
supongo que al vernos llegar se les abrió un nuevo mundo de posibilidades. Íbamos
a ser tres para pasar la noche allí.
Orientándonos,
vimos al fondo de una avenida una gran bola luminosa. La noche ya había caído y
el frío se dejaba notar ya con fuerza. La Oficina de Información turística nos
ofreció las primeras pinceladas de una Soria iluminada con las luces de la
Navidad. Mucho gentío se distribuía por toda la zona. Habíamos llegado al
centro del Centro. Las ciudades de noche se parecen todas mucho, al menos, ese
es mi sentimiento. Las calles atestadas, las tiendas abarrotadas. ¿Es Navidad?
Pues no, es sólo 7 de diciembre, pero el “espíritu de la Navidad” ya ha
llegado.
Ni
un solo café conseguimos tomarnos. Todo abarrotado. A eso de las 21:30
decidimos recogernos. A la vista del parking, un bar de tapas nos abrió sus
puertas para echar las últimas cañas y las últimas palabras de un completo día
de vacaciones.
El
parking solitario se había convertido en un hervidero de coches y
autocaravanas. Al menos una quincena estaban aparcadas alrededor de las
nuestras y del camper. Ya nos sentíamos más acompañados.
Cada
pollo a su nido. A las 22:30, a pesar del ruido exterior de coches yendo y
viniendo, me dejé mecer por los brazos de Morfeo.
El sábado 8 de diciembre, para mí,
amaneció temprano, bastante temprano con relación al otro miembro de la
cordada. Soy de dormir lo justo, que le vamos a hacer.
Por
una rendija de la ventana del comedor, observé las calles adyacentes
iluminadas. Una fina capa líquida cubría los vehículos cercanos, el rocío invernal,
cuasi escarcha. Todos ACs. El cielo aún se mantenía negro. No parecía haber
estrellas. Amaneció a esos de las ocho y pico. Nublado. Frío. Desapacible
exterior. Interior, calentito, acogedor. Calefacción en el 8. Unas páginas de
mi libro digital me llevaron a otro lugar. Durante una media hora, mi mundo fue
otro, aunque en este no estaba precisamente mal.
La
idea para el día de hoy era patear Soria hasta el atardecer, así que tampoco
había excesivas prisas para ponernos en marcha. ML dormía apaciblemente. Su
respiración sosegada así lo delataba. Después de la lectura, una partida de
sudoku digital. Después, un pensamiento sobre el devenir del futuro. ¿Qué será
del futuro, si a veces no sabemos gestionar el presente? Esas elucubraciones
que te vienen a la cabeza en momentos como aquel amanecer. Me gusta el
autocaravanismo. Me gusta dormir en la calle. ¿No te da miedo? Me han
preguntado más de una vez. Pues, de momento, siento un gran sosiego cuando
duermo en la AC, para nada hay inquietud en mi mente y en mi cuerpo. No, no me
da miedo. Estoy en mi casa acompañado de la persona adecuada. ¡Qué más se puede
pedir!
Pues,
por ejemplo, un desayuno sano. Se despereza y me pone en marcha. Todo es
automático. No se te ocurra moverte de ahí hasta que yo te lo diga. Obedece con
sumo gusto.
No
hay Sol, sólo nubes altas. Día invernal soriano. Café humeante y tostadas sabrosas.
Charla.
Vestidos
para la ocasión, dejamos nuestras ACs. Regresaríamos ya caída la noche, pero el
día no había hecho nada más que empezar.
Da
gusto dejarse guiar. Lo practico poco y debía ser una tónica puntual en mi
vida. Ese día lo hice. Me acaba de enterar al oír que le preguntaban a un
lugareño por el lugar que queríamos visitar: la Ermita de San Saturio, patrón
de Soria. Con todo detalle, nos describió el camino. Todo recto hasta el río y
sigan la margen hasta que lo vean en la otra orilla.
San
Saturio fue un eremita soriano del s.VI, de origen noble que decidió entregar
todos sus bienes a los necesitados, retirándose a una cueva en la Sierra de
Santa Ana donde llevó una vida de oración. Cuando ya era anciano, recibió la
visita de Prudencio que deseaba aprender los evangelios de un hombre santo como
era Saturio. A la muerte de este, Prudencio lo enterró en la ermita, donde
permanecen sus reliquias.
Después
de una pormenorizada visita, seguimos el margen del río hasta llegar al
Monasterio de San Polo y un poco más allá los restos arquitectónicos del
Monasterio de San Juan de Duero, construido en los s.XII-XIII con un
conglomerado de estilos, formado por arcos de medio punto, arcos de herradura,
arcos dobles entrecruzados, una mezcla digna de valorar.
Nos
adentramos en el Centro de Soria atravesando el río Duero por el Puente de
Piedra. Entramos en la Concatedral de San Pedro.
El
día se había, por fin, levantado. El Sol iluminaba y calentaba al mismo tiempo.
Agradable era permanecer en el exterior de los edificios. El paseo se realizaba
acercándonos paulatinamente hasta el meollo central de Soria.
No
queríamos dejar pasar un buen almuerzo soriano y para ello la mejor estrategia
es la de hacerlo pronto. No esperar a las dos de la tarde como solemos hacer
los españoles, evitaremos las aglomeraciones, el mal servicio y la falta de la
mitad de las viandas. Al pasear por la Calle del Collado, nos asaltó un
simpático camarero. No hizo falta mucha palabrería para convencernos, sólo tuvo
que decir “asados” para que las papilas gustativas entraran en funcionamiento.
Era la hora justa, unos minutos pasados de las 13:30. Ya había comensales en
alguna mesa. Subimos al piso superior del restaurante La Flor de Tapas. Una
agradable luz solar entraba por los ventanales que iluminaba nuestra mesa. Tras
dos horas de ricos platos, salimos a la tarde soriana todavía soleada. Paseamos
relajados por La Alameda de Cervantes, conocida como "La Dehesa",
jardín por excelencia de la ciudad de Soria, céntrico, donde se puede disfrutar
de cientos de especies de variada vegetación, lugar de alto valor cultural y
paisajístico. De allí al Museo Numantino, gratis aquel día. En este museo se
puede ver la Historia de Soria desde el Paleolítico Inferior, pasando por la
ocupación romana, los musulmanes, la repoblación cristiana, etc.
La
noche se cernió sobre Soria. La población, ávida de salir al exterior a pesar
del frío, se acumulaba alrededor de la bola iluminada. Paseos tranquilos,
charlas, risas, un dulce típico y una amigable charla con una pareja que nos
llamó la atención al escuchar nuestro acento extremeño. Resulta que eran de
Madrid, pero su familia procedía de Los Santos de Maimona. Lugar al que
regresaba en cuanto su quehacer laboral se lo permitía. Da gusto hablar con la
gente de nuestra poco admirada tierra, al menos de los que la habitamos cada
día de nuestra vida. ¡Por cierto, no era la primera vez que nos encontrábamos a
alguien de Los Santos en nuestros viajes! Este verano, una autocaravanista en
Berna también nos dijo que su familia procedía de allí. En Varsovia, también
nos encontramos a otra turista de procedencia santeña.
Diez
horas después de dejar la AC, regresamos. Por fin, habíamos conocido Soria
capital. Verdaderamente la habíamos pateado. ¡Qué nos quedaron lugares por ver,
sabores que probar! Pues claro, para eso está el regreso. Regresaremos en
alguna otra ocasión.
Domingo
9 de diciembre. Nos
quedaban solamente dos días de nuestro largo Puente de Diciembre. Uno de ellos
lo invertiríamos en regresar a casa, pero ¿y el otro? Antonio y Paqui
recordaban que en un viaje anterior habían estado en Pedraza, declarado como
uno de los pueblos más bonitos de España. Nos caía de paso dirección a Segovia,
así que tras haber descansado plácidamente en aquel parking soriano, decidimos
hacer el oficio propio de todo autocaravanista, el repostaje de aguas y que
mejor sitio que el Área de autocaravanas del hipermercado E.Leclerc de
Soria (41.7732, -2.48645). Aprovechamos también para repostar gasoil que si no
nuestra casa sobre ruedas no se mueve. Completo de todo, nos dirigió el navegador
hacia Pedraza.
Tomamos
la N122, por momentos A11 desembocando en la N110, mejor mirar el mapa adjunto,
porque menos mal que tenemos estos aparatos modernos. A veces me pregunto cómo
se viajaba antes, pero no pierdo la oportunidad de autocontestarme, pues con
mapas y tan ricamente. Ahora, a veces, uno parece memo siguiendo a un aparato
que a decir verdad, siempre sabe dónde va, al menos según las indicaciones que
tú mismo le has dado. Normalmente no se equivoca nunca, si lo hace es porque no
le hemos dicho bien donde queremos ir o la configuración no es la justa y
necesaria. Este que tenemos es nuevo el tonto del Tom Tom decidió que estaba
cansado de viajar y se apagó. El recién llegado es un Garmin Camper 700 con una
gran pantalla que aún no tiene un sitio fijo en el salpicadero, pero lo tendrá.
El
hecho es que nos dejó en las puertas de Pedraza. Una señal mal colocada casi
nos hace entrar por una puerta medieval. Menos mal que a veces me fijo en las
señales y había una de circulación prohibida a veinte metros de donde debía que
estar, así que dimos ambas AC marcha atrás y aparcamos junto a la carretera.
Habíamos reservado en el restaurante donde comieron nuestros primos años atrás,
que luego resultó no ser.
Era
la hora justa, pero se conoce que el lugar debería tener mucha fama, porque estaba
hasta los topes. La reserva nos sirvió para que nos atendieran inmediatamente.
Fue buena idea. Nos señalaron una mesa en el piso superior del bar restaurante
Reberte. Cochinillo quisimos comer, íbamos a eso y lo comimos. No estuvo mal.
Es lo que pasa cuando te venden la burra y cuando la montas no te parece tan
buena. Suficiente, pero menos de lo esperado. Es mi opinión.
Una
vez llenado el estómago, paseamos por el pueblo. El Castillo estaba cerrado,
además habíamos decidido seguir hasta Segovia, donde había un área de
autocaravanas. Este destino había estado siempre en la mente. Estuvimos en
Segovia con la AC hace un montón de años. Era verano y por tanto caluroso y
hacerlo en invierno nos atraía, aunque siempre había estado como una opción
prescindible. Al final con el Sol de frente nos trasladamos hasta Segovia, unos
cuarenta kilómetros desde Pedraza por la SG-P-2322 y la N110.
Encontramos
el Área fácilmente (40.9407, -4.10809). De nuevo el navegador nos guió
correctamente. Está en un parking de coches con apartado especial para las ACs.
No usamos los servicios propios de las autocaravanas, pero lo tiene. Media hora
después, admirábamos bajo la luz de las farolas el Acueducto de Segóbriga.
Magnífico ejemplo de las construcciones hídricas romanas. Casi dos mil años
después de su levantamiento, ahí está, presidiendo la Segovia actual. Un
mercadillo navideño llamó nuestra atención o, quizás debería decir, llamó la
atención de las dos chicas. Un té calentito sirvió para coger de nuevo color.
El frío de Segovia es primo hermano del de Soria.
Tras
un cómodo paseo de quince minutos regresamos a nuestras ACs. Algunas más nos
rodeaban. La mayoría de ellas calzadas, no en vano los aparcamientos para ACs tienen
una ligera pendiente. De este tema, hablaré en otro momento. ¿Aparcadas o
acampadas si se ponen calzos? Para mí, aparcadas naturalmente.
Despedida
y cierre. Otro completo día de asueto. Buena ruta y hasta mañana.
Llegó el lunes 10 de diciembre. Salimos
apenas pasaban de las 10:30. Nuestro objetivo era llegar a casa antes del
anochecer. La N110 sería nuestra ruta base. Conocía que era la ruta que nos
llevaría hasta Plasencia, ya en nuestra tierra extremeña. Volveríamos de la
fría meseta hacia las cálidas tierras extremeñas como los rebaños en la
trashumancia. Pasaríamos por Ávila. La dejamos a la izquierda. Seguiríamos
hasta Piedrahita, El Barco de Avila. Nos adentraríamos en las estribaciones de
la Sierra de Gredos, Puerto Castilla, Tornavacas y descenderíamos hacia Jerte,
Cabezuela del Valle, Navaconcejo. Todo ello por carreteras enrevesadas,
curvilíneas, con firme variado. Sorprendido por el buen asfalto hasta que
entramos en Extremadura, donde la carretera que yo recordaba reapareció.
Podíamos a ver tomado hacia la A5 cerca de Piedrahita, eso nos indicaba nuestro
compañero digital, pero no, debíamos bajar por la N110. Creo que va siendo hora
de hacer algo con esta carretera nacional a su paso por Extremadura. Es
importante. Une el norte de Extremadura con la meseta dirección Ávila y
Segovia. Pero de momento está como está. Espero que estas líneas me sirvan para
no volver por allí si hay otro camino mejor, porque lo hay.
Antonio
y Paqui suelen comer en un restaurante que hay en la A66 en Casar de Cáceres,
Restaurante El Gallo (39.55739, -6.40262). Allí nos dirigimos, pero llegamos
casi a las 15:30 después de hacer una media de 50 km/hora desde Segovia.
Llegamos con más hambre que un perro desvalido, pero … mereció la pena. Se
podía pensar que sería un comedero, es decir un lugar donde te echan de comer,
pero estábamos equivocados, el codillo que me zampé estaba realmente bueno y
todo por 10€ el menú completo.
Casi
automáticamente por las veces que la hemos recorrido, seguimos dirección Sur
nos separaban apenas 90 km de casa.
Viajar
es vivir. Vivir es disfrutar de la vida. Saber extraer la esencia de lo vivido
es la lucha diaria del ser humano. La esencia es buena por naturaleza. Esto me
lleva a pensar que viajar es bueno por naturaleza. A veces es complicado
sacarnos de esa zona de confort que es nuestra vida diaria, con nuestros
protocolos, costumbres bien aprendidas, a veces viciadas por el uso diario.
Viajar es, de alguna manera, salir esa zona confortable y presentarnos una vida
sin procedimientos preestablecidos, donde cada momento es distinto al anterior,
tan distinto como los diversos lugares visitados, todos llenos de nuevas expectativas
y, por qué no decirlo, de nuevos miedos que, al fin y al cabo, no son otra cosa
que aventuras nuevas a la que enfrentarnos. Esto lo tengo que aprender, personalmente
estoy en ello y escribiendo estas líneas es cuando me doy cuenta de que es una asignatura
que todavía tengo que aprobar.
Hasta
la próxima.