sábado, 16 de marzo de 2013

Hacia Las Mestas, La Alberca y Mogarraz

"Con cualquier excusa" este podía ser nuestro lema de estas salidas de fines de semana.

La intención primera era salir alrededor de las tres de la tarde. Nos habíamos motivado diciéndonos uno al otro que no hacía falta ni tan siquiera almorzar en casa, que nos iríamos en cuanto saliera del trabajo, iría a buscar la AC y cargar y largarnos, pero como casi siempre los planes no salen exactamente como se planean.

Salir del trabajo fue algo complicado. Llovía a chuzo que se dice por estas tierras. No era un buen plan ponernos en carretera con el clima que se preveía, no sólo para Mérida, sino para el norte de Cáceres y sur de Salamanca, hacia donde teníamos previsto ir, así que el par de horas de carretera planeada, se convirtieron en un almuerzo tranquilo en casa, a resguardo del temporal y en una siestecita placentera que bastante temprano habíamos abierto los ojos esa mañana.

El día siguiente, sábado para más señas, nos vio salir temprano para lo acostumbrado. A las nueve, con el coche cargado de todos los bártulos que solemos llevar, llegamos a la residencia de nuestra AC. Entre la carga de todo el material, más una vuelta tonta por medio San Pedro de Mérida y el repostaje consiguiente, eran cerca de las diez cuando tomamos la A5 para enlazar con la A66 dirección a nuestro destino, de momento, Las Mestas.

El clima había cambiado. Lucía el Sol, aunque las nubes amenazaban con taparlo en cuanto se descuidara.
De nuevo el Tontón se convirtió en protagonista y tras una vuelta por las dehesas alrededor del embalse de Gabriel y Galán nos depositó en unas enrevesadas carreteras hurdanas. Para llegar a esta zona por el sur, lo mejor es tomar la EX204 desde Coria hacia el norte, pasando por Pinofranqueado, Caminomorisco, etc. No os dejéis engañar por el tonto que os lía.

Menos mal que a pesar del tamaño de nuestra AC se lleva bien, es cómoda y manejable, sobre todo cuando vamos "palante". Las Mestas tuvo poco interés para nosotros; primero, porque estuvimos ya un par de veces y, segundo, porque no encontramos lugar para poder, al menos, aparcar unos minutos, así que decidimos seguir camino de La Alberca, la misma ruta que nos llevaría unos kilómetros más allá hasta el monasterio del Santo Desierto de San José de las Batuecas+40° 27′ 38.74″, -6° 8′ 45.65″ .

Toda la zona ha cambiado. Ya no se puede llegar hasta el mismo monasterio como hicimos una vez. Nos comentó un guarda del Parque que hacia algo más de un año que habían construido un par de aparcamientos alejado, el primero de ellos, un kilómetro del monasterio, así como un bonito paseo de madera elevada sobre el suelo con pequeños puentes que atravesaban el incesante arroyo, convertido en algunos momentos en un verdadero torrente gracias a las lluvias caídas en días anteriores y la que comenzó a caer nada más empezar esa pequeña ruta senderista que nos llevó desde el parking 1 (más amplio para nuestra AC) hasta la misma puerta principal del monasterio. Algo más de un kilómetro bajo el paraguas y sobre unas impolutas y mojadas maderas que, gracias a ellas, nos permitió saborear unos momentos únicos, donde el sonido del arroyo, el olor a lluvia, la visión de las hojas mojadas y el musgo en los árboles y el tintineo de las gotas sobre el paraguas nos pareció ser transportados a un lugar mágico. Vivimos uno de esos momentos inenarrables que la vida te regala de vez en cuando. Para recordar.

No les hace mucha ilusión ver a turistas por esos lares a los monjes del monasterio. Una placa rogaba que no se podía visitar el monasterio, porque no había nada que ver, además estaban de albañiles, así que no pudimos nada más que ver la entrada cerrada y echar un ojo desde la verja al interior. Recuerdo que hace unos años conseguimos incluso escuchar unas palabras de uno de los monjes, además de entrar en el recinto vallado.

Quizás un poco desilusionados, aunque algo nos temíamos, regresamos por nuestro bucólico paseo de madera hasta la autocaravana. Era hora del almuerzo y que mejor lugar para dormir una posterior siesta que aquel, arrullado por el sonido del arroyo cercano.

Las últimas salidas con nuestra AC han sido un poco atípicas por la sencilla razón de que he roto uno de mis esquemas más sagrados: la preparación minuciosa de los viajes. En esta no iba a ser menos. Especulamos en casa donde ir hasta prácticamente el día antes de la salida. Las Mestas fue la ganadora y su monasterio, el lugar más emblemático. No es que tuviéramos idea de pasar el finde enclaustrados, pero mi María llevaba la intención de hablar con los monjes para un pequeño retiro en un fin de semana venidero, pero no tuvimos ocasión ni tan siquiera de verlos de lejos. Lo intentó en semanas pasadas por teléfono e Internet, pero le dieron algo parecido a largas y tras ver el cartel de que no había nada interesante que ver, ni que comprar y que, veladamente, no éramos bienvenidos, se le cayeron los palos del sombrajo encima.

Al verla un tanto decepcionada, le comenté la idea de llegar hasta La Alberca, lugar donde después dormiríamos. En su área de autocaravanas, junto con un par de colegas más.

En el camino hasta allí, naturalmente fuimos acompañados por la lluvia. Subimos y subimos por la SA201 llena de curvas de esas que vas en segunda por culpa de la pendiente, pero que no sabes si ponerle la marcha atrás o la primera para poder subirlas llamadas familiarmente las pesetas, y así durante unos cuantos kilómetros. Gracias que íbamos entretenidos, bueno, iba entretenida, mirando las múltiples cascadas que se deslizaban por la ladera de las montañas. Espectacular paisaje e inolvidables momentos.

La Alberca también es un pueblo del que acumulamos muchos recuerdos. Recuerdos de viajes siempre placenteros, de aquellos viajes con la familia y con amigos, en los que vemos aún aquel pueblecito de montaña con pocas o mejor ninguna comodidad para el turista, con los lugareños haciendo sus labores cotidianas, con el pan recién hecho a la puerta de la panadería, con las calles de piedra y el agua fresca corriendo por sus calles. No es que haya cambiado todo aquello, no, pero ha perdido esa magia que tenía, al menos a nuestros ojos. Se ha convertido en un referente turístico de primer orden. Los bares ya no son tales, ahora son restaurantes, las pequeñas tiendecitas de regalos originales de la zona, son verdaderos emporios del souvenir, quizás made in China, los hoteles han proliferado; en fin, sigue siendo La Alberca, pero ... ya no es aquella La Alberca, al menos para nosotros.

El anochecer era verdaderamente frío, frío. Después de un café calentito y unas perrunillas saborías que no se sabe cuanto llevaban hechas, regresamos a nuestra hospitalaria AC. Habíamos dejado la calefacción puesta, así que nos encontramos nuestro hogar acondicionado para la lectura y la música suave, cosa que hicimos con sumo gusto. Esta es otra de las muchas cosas por las que no gusta viajar en autocaravana, siempre regresamos a nuestros hogar. ¡Qué placer!

La cena fue monacal. Una fruta presidió nuestro plato. Para qué más.

Siguió lloviendo toda la noche naturalmente. El repiqueteo de la lluvia en el techo de nuestra casa con ruedas nos permitió conciliar un plácido sueño hasta las ocho de la mañana del día siguiente.

El día se fue desperezando paulatinamente para nosotros. Esta vez sólo hubo olor a café, las tostadas eran de pan seco, así que no tardamos mucho en ponernos en marcha. Se nos ocurrió que podíamos seguir hasta Mogarraz. No recordábamos nada de este pueblo, por tanto pusimos rumbo Este.
Seguímos por carreteras locales de trazado sinuoso, pero con un piso casi aceptable. Las ballestas de la suspensión no se llevan bien con cierto tipos de asfalto y este casi podía ser uno de ellos, gracias a que los asientos de la Laika tienen suspensión nuestras posaderas no sufren por ciertos trazados.

Llegados a Mogarraz nos temimos que nos pasara como en Las Mestas, pocos por no decir ningún sitio para dejar el yate de carretera. Justo a la salida del pueblo encontramos el aparcamiento de un restaurante, el Mirasierra que, aunque decía en un cartel que sólo era para clientes, nos dijimos que si la visita del pueblo duraba un par de horas, era las once y media, comeríamos en él, así seríamos "legales".
Nos encontramos un pueblo "desconocido", digo ésto, porque ninguno de los dos recordábamos haber estado en él, cosa que a la llegada mi señor suegro de portentosa memoria dotado nos señaló un par de apuntes sobre lo que hicimos tal día de tal año con nuestras niñas en aquel lugar cuando hacíamos la ruta con ellos y ellas.
Sorprendidos, nos deleitábamos con infinidad de retratos pictóricos de gran tamaño que colgaban de las fachadas de la gran mayoría de las casas. Apareció por la puerta de una ellas un señor del lugar, bajábamos la mirada hacia su cara y la subíamos hacia el retrato, era el mismo, nos decíamos, hasta que nos aventuramos a  preguntarle: Efectivamente, soy yo. -nos dijo. Sólo que con cincuenta años menos.
Una tras otras fuimos pateando las calles del pueblo. El suelo enlosado de piedra apenas lo miramos. No quitamos ojos y objetivos de las fachadas y de los retratos. Unos tenían cierto a aire a años cercanos, digamos veinte o treinta, pero otros eran de gentes de tiempos de la guerra civil y posguerra. Nos decíamos que el pueblo tendría verdaderamente pocos habitantes, pero con aquellos retratos presentes cada día, les daría a ellos la sensación de convivir con sus bisabuelos, tatarabuelos o, incluso, generaciones anteriores a los pocos jóvenes que se veían por el lugar, aunque a verdad, el día no estaba para pasear, a no ser que fueras viajeros como nosotros, pocos, sin embargo, también pululaban por aquellas empedradas calles.
http://www.elmundo.es/elmundo/2012/05/26/castillayleon/1338054682.html

Dejamos atrás Mogarraz, apenas era la una. Seguimos dirección Miranda del Castañar. Recordábamos haber visitado hace un tres o cuatro años un pueblo apellidado "del Castañar", dudábamos entre este y San Martín del Castañar, así que cuando aparecimos por una calle larga y en pavimentación nos dimos cuenta que Miranda del Castañar la habíamos visitado recientemente, la teníamos muy viva en el recuerdo, por tanto decidimos dar la vuelta, desandar lo andado para volver a la carretera y por la SA220 dirigirnos hacia Béjar.

La hora del almuerzo se acercaba y la idea de comernos una paletilla de cabrito serrano nos hizo detenernos en un restaurante de carretera que, desgraciadamente, ese día y debido al mal tiempo y a los pocos comensales habían decidido no cocinar cabrito. Nos ofrecieron otras estupendas viandas, pero estábamos dispuesto a hacer lo que fuera por zamparnos un cabrito o, al menos, un trozo de él.

De vuelta a la ruta que no solamente nos llevó hasta Béjar, sino que nos dejamos caer por la A66 hasta Baños de Montemayor, donde un poco antes de llegar al pueblo recordábamos un restaurante. Conseguimos el cabrito a medias, porque sólo había una pierna. El cabrito debía estar cojo. Me conformé con un buen chuletón y una birra.

Seguía lloviendo, aunque las nubes no estaban muy enfadadas. Desde allí hasta Mérida, nos cayeron algunos aguaceros copiosos, pero la autovía A66, vieja conocida nuestra, nos dejó en casa tras un fin de semana para recordar.

Es curioso como pequeñas cosas se quedan en las neuronas de nuestro cerebro, unos recuerdos que el tiempo se encarga de que permanezcan o no. Lo que si nos queda claro, es que para viajar no hace falta salirse del mapa, ni hacer excesivo planes, puede uno ir a doscientos kilómetros y ver algo nuevo a pesar de la corta distancia desde casa y de las veces que hayas podido ir allí.

Gracias de nuevo por estas horas, por estos días, por esta compañía.

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