sábado, 10 de mayo de 2008

Por tierras de Don Quijote (II)


El segundo objetivo de este Puente de Mayo era visitar el Parque Nacional de Cabañeros.
Cerca de Piedrabuena, como pueblo más grande. Hacia el norte desde él, llegamos a Porzuna y a Pueblonuevo de Bullaque, uno de los pueblos desde el que se accede al Parque.
Anteriormente y vía teléfono contratamos para el día siguiente un recorrido en 4x4 por el Parque para la mañana siguiente a las 7 horas en punto, al clarear del día, 25 € los dos. No estaba mal el precio para lo que ofrecía.
El único contratiempo que tuvimos es que en el aparcamiento del Centro de Interpretación de Casa Palillos no podíamos pernoctar, pues cerraban la valla de entrada al recinto a las 6 de la tarde. Deben aprender del Parque Nacional vecino, el de las Tablas de Daimiel que tras rellenar un formulario con los datos típicos nos permitieron a cinco ACs dormir en el mismo aparcamiento, además de que nos dieron permiso para tomar agua desde los servicios. Poco a poco, pienso yo que se irán mejorando las infraestructuras, pero a nosotros en aquel momento nos hizo la puñeta. Nos recomendaron dormir en Santa Quiteria, un pueblo que estaba un poco más allá y no fue buena idea, demasiado ruido de chavales en motos y en quads, aunque eso en cuando se hizo de noche, paz y estrellas por doquier.
A las 6:30, casi de noche, el amanecer se fue despertando mientras nosotros avanzábamos por aquella estrecha y maltrecha carretera. Creo que el cuidado de la Naturaleza no debe estar en contra de que los usos y utensilios modernos de los seres humanos tengan que volver a la Edad Media. Un buen asfalto y unas rayas fosforescentes no le hacen mal a ningún animal que corra, vuele o se arrastre, ni a ninguna planta que crezca hacia arriba, hacia bajo o los lados. Creo que confundimos ciertos términos y seguro que hay un equilibrio para todo.

Un Unimog con rueda de metro con formato de pequeño autobús nos esperaba. Seis o siete personas más disfrutamos de lo lindo, mientras que un locuaz guía-conductor, Juan, nos llevó por camino y veredas, montados en aquel vehículo especial. No estábamos en un parque temático. Era la misma Naturaleza salvaje, mimada, mantenida como en épocas ancestrales. Las manadas de ciervos atravesaban raudas hacia el monte desde la raña (llanura tamizada de hierba alta con pinceladas de encinas, quejigos y alcornoques por aqui y por allá. Jabalíes y ciervos nos miraban desde la lejanía, observándonos tranquilamente como nosotros a ellos.
Madres jóvenes, crías de un año, un macho con pocos cuernos. Grandes jabalíes y pequeños jabatos cruzaban el camino y desapareciendo en la espesura del monte repleto de flores de jara. Allí en el pichacho, una majestuosa águila imperial observa su territorio de caza. De pronto, abrió sus imponentes alas ribeteada de plumas blancas y planeó hasta que desapareció en el horizonte. Juan nos llevó al sitio exacto y en el momento más oportuno. No se cansó de decirnos que estábamos en plena Naturaleza. Era la hora justa en la que los animales se recogen de sus paseos nocturnos para ir a descansar a la espesura del bosque mediterráneo. Cinco minutos tarde y ya no hubiéramos visto de lo que disfrutábamos, decía. Y cuanta razón tenía.
Algún kilómetro más allá, nos llevó hasta el comedero de buitres. Más de un par de docenas de buites nos deleitaron en la lejanía de unas decenas de metros de sus posturas tomando el Sol. Sus grandes alas abiertas para secarlas del rocio de la hierba alta mañanera, nos comentó Juan. Espectacular y sólo visto, al menos por nosotros, en la tele.
Luego decidió llevarnos de excursión por la espesura más espesa. Un estrecho camino nos servía de guía con las plantas de todo tipo, durezo, olor y tamaño rozando la carrocería de aquel monstruo de más de tres metros de alta. En ese momento encontré la explicación al estado exterior de la carrocería del vehículo. Abasallador, pero divertido y lleno de vida. Nos fue enseñando pequeños animales que despistados nos miraban sin asustarse.
El Sol ya lucía en su esplendor matutino. La llegada al Centro de Interpretación fue seguida de una nueva visita a sus instalaciones para observar una de las pantallas en las cuales podíamos ver en tiempo real el nido del áquila imperial que habíamos visto unas horas antes y como la madre llevó un conejo al polluelo. Otra de las pantallas nos relataba visualmente un nido de cigüeña blanca con sus polluelos también.

Esperábamos mucho de Cabañero, pero conseguimos más de lo esperado. Recomendado al ciento por ciento, aunque quizás fallen en cuanto a la pernocta, pero supongo que todo se andará.

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