sábado, 29 de diciembre de 2018

Camino de Soria

Campos de Soria
VI
¡Soria fría, Soria pura,
cabeza de Extremadura,
con su castillo guerrero
arruinado, sobre el Duero;
con sus murallas roídas
y sus casas denegridas!

Antonio Machado


He querido empezar con una estrofa del famoso poema de Antonio Machado "Campos de Soria", sinceramente no porque fuera su lectura la que inspiró nuestro viaje, sino más bien porque eso fue lo que hicimos en el famoso puente de Diciembre de este mismo año que termina 2018, transitar por los Caminos de Soria y alrededores.




La idea principal era visitar Soria, además del Cañón del Río Lobos, la propia ciudad de Burgo de Osma, cercana al afamado Cañón, así como otros pueblos y ciudades que no fueran saliendo al paso.

Aprovechando las horas, decidimos salir el miércoles de 5 de diciembre. Pocas horas nos quedaban de Sol, poco menos de tres, pero las aprovechamos para llegar hasta Guijuelo y sus productos del cerdo ibérico.

Guijuelo es uno de esos pueblos por los que hemos pasado muchas veces; cuando digo “hemos pasado” quiero decir que vimos el rótulo con el nombre del pueblo infinidad de veces cuando subiendo o bajando por la antigua N630 o la moderna A66. Sólo una vez a principios de este año, nos salimos a almorzar en las afueras del pueblo en uno de esos viajes relámpago hechos a Cantabria. Pero esta vez, lo conoceríamos de lleno.

No teníamos muy claro donde pernoctar y al cruzar por medio del pueblo, vimos a una AC aparcada en un parking de tierra, un lugar estupendo que estaba a 5 minutos de paseo del Centro del pueblo.
Sin saber muy bien el rumbo a seguir, nos dejamos guiar por nuestro instinto de turista y tras un par de vueltas innecesarias, aparcamos en estas coordenadas: Guijuelo, 40.55328, -5.67472. Recorrimos el pueblo sin rumbo fijo, fijándonos en la gran cantidad de tiendas de chacina que había por doquier. Por supuesto que nos gusta el cerdo y sus derivados, pero el jamón es lo que más. No era momento de tiendeo, así que para reservarnos de un frío que se acrecentaba por momentos, nos dejamos mecer por el olor de unas tapas ricas, ricas y vino de la tierra. La ciudad estaba decorada con ese ambiente prenavideño que se adelanta cada año. A eso de las 21:30 decidimos que en nuestra AC se estaría más calentito; así que, nos dejamos convencer por el recuerdo del calor del hogar.
No eran aún las 10:30 cuando el sueño nos venció. No en vano, había sido un día laboral, a pesar de que pareciera que ya habíamos empezado el Puente de Diciembre ¿o ya lo habíamos empezado de verdad? Creo que sí, dormíamos en nuestra cama, pero en Guijuelo, eso sólo se puede hacer si eres millonario con casa en todos lados o … si tienes una autocaravana.

El jueves 6 de diciembre amaneció despejado, pero frío. Ya no éramos dos en el parking, sino tres. Durante la noche –parece ser que llegaron a las 23:00- nuestros amigos y primos Antonio y Paqui aparcaron detrás de nosotros sin un solo ruido.
Tras el consabido desayuno autocaravanero –café recién hecho y tostadas con aceite y jamón- saludamos a los compañeros de aventuras. Decidimos que nos acercaríamos hasta el Area de servicio Cuatro Calzadas (40.81019, -5.6307) en la A66. En un principio, iba a ser nuestro lugar de encuentro. ML y yo queríamos conocer el lugar por si algún día lo podíamos utilizar en nuestras idas y venidas por la A66. Ellos ya lo conocían. Fue un ir y venir, sin bajarnos. Pensamos que puede servir. Con la misma volvimos a la A66 dirección norte.
Dejararíamos la Vía de la Plata (A66) en Salamanca para tomar la A62 hasta Valladolid, donde tomamos la A11 y después N122 hasta Burgo de Osma. Es verdad que a lo largo de los trescientos y muchos kilómetros de la ruta del 6 de diciembre nos quedamos atrás lugares como Tordesillas, Peñafiel o Aranda de Duero, pero sólo teníamos cinco días de asueto y llevábamos el tiempo calculado para los lugares a visitar y estos no estaban previstos.
Burgo de Osma nos recibió con frío siberiano, nublado. El Área de servicio de autocaravanas (41.58672, -3.07311) está perfectamente situada para ver la ciudad, junto al río Ucero y a 100 metros del Puente Viejo que nos sirvió de antesala para entrar en la parte amurallada de la ciudad.
Antes de empezar la visita a Burgo de Osma, almorzamos manjares que llevábamos en nuestras ACs mientras manteníamos una tranquila conversación sobre lo que habíamos previsto hacer durante estos días.
Antonio y Paqui, eternos viajeros, primos de ML y, por tanto, primos políticos míos han sido compañeros de viaje en numerosas ocasiones, incluso hemos llegado a recorrer Europa cuando esa expresión sólo estaba vedada para los viajeros más avezados. Allá por mediados de los ’80 del siglo pasado recorrimos Francia, Suiza, Austria y el norte de Italia en un Renault 7 de camping en camping y con tienda de campaña. Al principio de los ’90 volvimos a Francia, París oh la la, Bélgica y Holanda. Algún que otro viaje en AC hemos hecho por los alrededores de Extremadura y playas cercanas, incluyendo la costa alentejana portuguesa. Es decir, que experiencia de viajar juntos tenemos, aunque ahora siendo autocaravanistas, quizás el viajar solos se haya impuesto. Tenemos nuestras manías que no suelen ser compatibles con cualquier compañero de viaje, pero con ellos seguro que sí.
Cuando comentamos en una reunión de amigos el hecho de hacer este viaje, enseguida se apuntaron y nosotros con sumo gusto aceptamos, así que les expliqué sin muchos pormenores nuestra intención para estos cinco días de puente. Burgo de Osma sería nuestra primera etapa.
La tarde empezó con un café caliente nada más entrar por la muralla a la altura del Puente Viejo y frente a la estatua de San Pedro de Osma. Un caserón antiguo reconvertido en un bar. Muy conseguida la decoración, la luz entraba por un gran lucernario construido sobre un patio central. Lo del lucernario tenía su porqué con el frío que hacía en el exterior. Charlamos de esto y de aquello, pero sobretodo de la decoración del lugar.
Seguimos con el paseo bajo un frío anochecer. No había muchos turistas ni lugareños por la calle, sólo nosotros que a los pocos minutos decidimos ver la Catedral de Burgo de Osma. Bonita y apetecible, no sólo por la riqueza de su artesonado, sino también por algo más terrenal, hacía una temperatura agradable en el interior.
La noche caía y nos dirigimos hacia un balneario que ML había encontrado en un folleto y que recordaba que el año anterior cuando visitamos Cuéllar lo vio anunciado en una Oficina de Información. No llegamos a ir, pero ahora no se iba a quedar con las ganas. Es más hablábamos de dejar unas horas de mañana para disfrutar de la calidez de sus aguas termales. El hotel balneario Castilla Termal Burgo de Osma nos recibió con otro gran lucernario, bastante más grande que el del bar anterior, que cubría un gran patio interior. La luz indirecta y la fuente central le daban un aspecto irreal, casi abstracto. Mesas y sillones se distribuían por doquier. Aprovechamos para tomar un té tranquilo, apacible, sosegado, disfrutando de la conversación y del lugar. No tuvimos suerte con la reserva para el día siguiente, no conseguimos encuadrar nuestras ansias por hacer senderismo en el Cañón del Río Lobos con el placer que nos produciría un baño relajante alejado del frío desagradable que nos esperaba. Preferimos el infierno antes que el cielo, la tortura antes que el placer. Todo en sentido figurado, claro.
Del apacible y cálido ambiente, salimos a la heladora atmósfera de la noche burgense. El frío soriano se dejaba notar, pero nuestra idea de seguir deambulando por las calles céntricas de Burgo de Osma era más poderosa que la temperatura baja, hasta que vimos que los lugareños se arremolinaban ante un bar de tapas. Siguiendo el lema de que allá donde fueres, haz lo que vieres, entramos en un bar lleno casi hasta los topes; digo casi, porque un pequeño rincón nos sirvió para que los cuatro nos metiéramos entre pecho y espalda unos torreznos, unos choricitos al infierno y unas croquetas caseras, todo ello regado con sus correspondientes copas de vino y cerveza. Nos movíamos sobre el metro cuadrado que nos habían dejado como expertos bailarines de chotis y casi a voz en grito charlamos, comimos y bebimos durante algo más de media hora.
Dispuesto a no dejar lugar de Burgo de Osma por visitar, salimos de nuevo a las calles, pero duramos poco, casi al unísono los cuatro desandamos lo andado y de nuevo a través del Puente de la Matilla o Puente Viejo llegamos a nuestras ACs. Como habíamos sido previsores, la temperatura dentro de la nuestra era muy agradable, seguramente 20ºC más que en el exterior. Quince minutos después, yacíamos en nuestra cama, embutidos en los pijamas y dispuestos a leer al menos cinco páginas. No sé cuantas leí, pero seguro que fueron menos. Los párpados se cerraron recordando un día prometedor, un día en el que se cumplió lo previsto. Mañana será otro día, nos dijimos.

Amaneció temprano para mí el viernes 7 de diciembre, como siempre, añadiría. El amanecer me pilló oyendo ulular el viento, viendo como la temperatura exterior apenas superaba los 0ºC. Poco a poco los primeros rayos de Sol me saludaron. Era hora de empezar aquello que he convertido en un ritual autocaravanero: el desayuno. Es curioso que nunca tomo café en casa, pero en la autocaravana es un placer terrenal que no me lo salto. Creo que es el olor a café recién hecho que queda impregnado en cada rincón de nuestra AC para todo el día y que sólo al día siguiente se vuelve a renovar con la práctica, de nuevo, del ritual del desayuno autocaravanero. Hasta el botón el agua fresca, hasta el borde rasante de café molido, cerrada con mimo una cafetera negra que compramos hace años en uno de nuestros viajes. Leche muy caliente, pero no una leche cualquiera, debe ser de avena, es más saludable según ML que es la que sabe de salud en esta pareja. Cortes limpios de dos rebanadas ni finas ni gordas de un pan para unas tostadas de diseño. Todo ello casi al unísono se va haciendo paulatinamente. El café burbujea, oloroso se esparce por el interior de la AC. La leche, casi hervida. Mezclado ambos en unas proporciones perfectas. Mientras las tostadas blancas casi como el nácar se tuestan lo suficiente para dejar otro olor especial en el entorno. Hora de levantarse. ML se despereza y se sienta a la mesa recién puesta. Listas para la miel que endulza nuestras tazas. Listas para recibir las lonchas de jamón o la paletada de mantequilla, si puede ser portuguesa, mejor. Así empiezan todos los días que nos vemos amanecer en nuestra AC, sea invierno o verano, en la tierra patria o más allá de nuestras fronteras. Es una gozada.
Decididos a cambiar de aire, nos dejamos llevar por el navegador rumbo al Cañón del Río Lobos. Al llegar a un cruce, la realidad contradice a la tecnología; esta marca hacia la derecha, la señal de tráfico que reza Cañón de Río Lobos marca a la izquierda. Tras la típica discusión, decidimos seguir a la realidad de la cosas. Una carretera tan ancha como la AC bordeada de árboles que amenazan con peinarnos el techo nos lleva hasta una garita con dos guías que nos indican que el parking que buscamos está un par de kilómetros más allá. Nos cobran 5€ y nos señalan que podemos pernoctar en el Parque Natural si lo deseamos. Llegamos al Parking de la Ermita de San Bartolomé, parking de Valdecea (41.74557, -3.06067). Una decena de ACs están ya aparcadas allí.
Pertrechados como expertos excursionistas, senderistas de afición, mochila al hombro, unas cañas guía con marcas de rutas realizadas a lo largo del tiempo y botas apropiadas, nos disponemos a visitar la Ermita de San Bartolomé, antesala a la Cueva alta y a la baja y comienzo del sendero que nos llevará a través del Cañón del Río Lobos. Un sendero, a veces sencillo, a veces algo complicado por la humedad del terreno, en el que se vadea el río Lobos por unas inestables pasaderas de piedra resbaladiza. Paredes que apabullan, frondoso entorno por el que pasó la Historia y la Prehistoria, 25 km hasta Hontoria del Pinar, camino rectilíneo que a cada paso nos alejaba del punto de partida, y lo que era peor de nuestro punto de destino, nuestra amada AC. A los ocho kilómetros decidimos dar la vuelta, nos esperaban otra vez los mismos ocho kilómetros que a la ida. Habíamos visto volar a innumerables aves, pequeñas como milanos, grandes como buitres leonados. Nos habíamos dejado acariciar por el viento y las hojas de los árboles que inundan el Cañón. Mucha gente, demasiadas, y sobre todo manadas de domingueros que disfrutan de la Naturaleza intentando imitar sonidos inimitables, personas que si no van cantando, van radiando sus andanzas, no están tranquilas. Nunca es tarde para marchar en silencio, dejando que nuestros pensamientos hablen con el entorno. En algunos momentos me hubiera gustado remedar el rey Juan Carlos cuando le espetón al más lenguaraz de los políticos latinoamericanos aquello de “ ¿por qué no te callas?
Llegamos de nuevo a nuestras ACs, cansados, pero en plenitud mental. El entorno espectacular se quedaría para siempre impregnado en nuestro cuerpo cansado. Eran las tres de la tarde. Después de cuatro horas de caminata un buen almuerzo nos fortaleció para seguir hacia Soria.
El Sol de las tardes de diciembre sabemos que no es como el de julio. Este se deja caer sobre el horizonte y en pocos minutos aparece la noche. Yo no conduzco de noche, así que la llegada a Soria fue casi agónica. Entrábamos por la Avenida de Valladolid cuando el horizonte se iluminaba de un color anaranjado. El navegador nos indicaba que aún nos faltaban tres kilómetros para llegar. La vista de un gran parking fue el momento más relajado desde que prácticamente salimos de Burgo de Osma. Sólo una camper estaba aparcada, aunque, como nos dimos cuenta después, no sabía muy bien qué hacer, porque mantenía el motor en marcha. Creo que sé lo que le pasaba por las mentes de sus habitantes “¿Nos vamos? Esto  está muy solitario. Pero supongo que al vernos llegar se les abrió un nuevo mundo de posibilidades. Íbamos a ser tres para pasar la noche allí.
Orientándonos, vimos al fondo de una avenida una gran bola luminosa. La noche ya había caído y el frío se dejaba notar ya con fuerza. La Oficina de Información turística nos ofreció las primeras pinceladas de una Soria iluminada con las luces de la Navidad. Mucho gentío se distribuía por toda la zona. Habíamos llegado al centro del Centro. Las ciudades de noche se parecen todas mucho, al menos, ese es mi sentimiento. Las calles atestadas, las tiendas abarrotadas. ¿Es Navidad? Pues no, es sólo 7 de diciembre, pero el “espíritu de la Navidad” ya ha llegado.
Ni un solo café conseguimos tomarnos. Todo abarrotado. A eso de las 21:30 decidimos recogernos. A la vista del parking, un bar de tapas nos abrió sus puertas para echar las últimas cañas y las últimas palabras de un completo día de vacaciones.
El parking solitario se había convertido en un hervidero de coches y autocaravanas. Al menos una quincena estaban aparcadas alrededor de las nuestras y del camper. Ya nos sentíamos más acompañados.
Cada pollo a su nido. A las 22:30, a pesar del ruido exterior de coches yendo y viniendo, me dejé mecer por los brazos de Morfeo.

El sábado 8 de diciembre, para mí, amaneció temprano, bastante temprano con relación al otro miembro de la cordada. Soy de dormir lo justo, que le vamos a hacer.
Por una rendija de la ventana del comedor, observé las calles adyacentes iluminadas. Una fina capa líquida cubría los vehículos cercanos, el rocío invernal, cuasi escarcha. Todos ACs. El cielo aún se mantenía negro. No parecía haber estrellas. Amaneció a esos de las ocho y pico. Nublado. Frío. Desapacible exterior. Interior, calentito, acogedor. Calefacción en el 8. Unas páginas de mi libro digital me llevaron a otro lugar. Durante una media hora, mi mundo fue otro, aunque en este no estaba precisamente mal.
La idea para el día de hoy era patear Soria hasta el atardecer, así que tampoco había excesivas prisas para ponernos en marcha. ML dormía apaciblemente. Su respiración sosegada así lo delataba. Después de la lectura, una partida de sudoku digital. Después, un pensamiento sobre el devenir del futuro. ¿Qué será del futuro, si a veces no sabemos gestionar el presente? Esas elucubraciones que te vienen a la cabeza en momentos como aquel amanecer. Me gusta el autocaravanismo. Me gusta dormir en la calle. ¿No te da miedo? Me han preguntado más de una vez. Pues, de momento, siento un gran sosiego cuando duermo en la AC, para nada hay inquietud en mi mente y en mi cuerpo. No, no me da miedo. Estoy en mi casa acompañado de la persona adecuada. ¡Qué más se puede pedir!
Pues, por ejemplo, un desayuno sano. Se despereza y me pone en marcha. Todo es automático. No se te ocurra moverte de ahí hasta que yo te lo diga. Obedece con sumo gusto.
No hay Sol, sólo nubes altas. Día invernal soriano. Café humeante y tostadas sabrosas. Charla.
Vestidos para la ocasión, dejamos nuestras ACs. Regresaríamos ya caída la noche, pero el día no había hecho nada más que empezar.
Da gusto dejarse guiar. Lo practico poco y debía ser una tónica puntual en mi vida. Ese día lo hice. Me acaba de enterar al oír que le preguntaban a un lugareño por el lugar que queríamos visitar: la Ermita de San Saturio, patrón de Soria. Con todo detalle, nos describió el camino. Todo recto hasta el río y sigan la margen hasta que lo vean en la otra orilla.
San Saturio fue un eremita soriano del s.VI, de origen noble que decidió entregar todos sus bienes a los necesitados, retirándose a una cueva en la Sierra de Santa Ana donde llevó una vida de oración. Cuando ya era anciano, recibió la visita de Prudencio que deseaba aprender los evangelios de un hombre santo como era Saturio. A la muerte de este, Prudencio lo enterró en la ermita, donde permanecen sus reliquias.
Después de una pormenorizada visita, seguimos el margen del río hasta llegar al Monasterio de San Polo y un poco más allá los restos arquitectónicos del Monasterio de San Juan de Duero, construido en los s.XII-XIII con un conglomerado de estilos, formado por arcos de medio punto, arcos de herradura, arcos dobles entrecruzados, una mezcla digna de valorar.
Nos adentramos en el Centro de Soria atravesando el río Duero por el Puente de Piedra. Entramos en la Concatedral de San Pedro.
El día se había, por fin, levantado. El Sol iluminaba y calentaba al mismo tiempo. Agradable era permanecer en el exterior de los edificios. El paseo se realizaba acercándonos paulatinamente hasta el meollo central de Soria.
No queríamos dejar pasar un buen almuerzo soriano y para ello la mejor estrategia es la de hacerlo pronto. No esperar a las dos de la tarde como solemos hacer los españoles, evitaremos las aglomeraciones, el mal servicio y la falta de la mitad de las viandas. Al pasear por la Calle del Collado, nos asaltó un simpático camarero. No hizo falta mucha palabrería para convencernos, sólo tuvo que decir “asados” para que las papilas gustativas entraran en funcionamiento. Era la hora justa, unos minutos pasados de las 13:30. Ya había comensales en alguna mesa. Subimos al piso superior del restaurante La Flor de Tapas. Una agradable luz solar entraba por los ventanales que iluminaba nuestra mesa. Tras dos horas de ricos platos, salimos a la tarde soriana todavía soleada. Paseamos relajados por La Alameda de Cervantes, conocida como "La Dehesa", jardín por excelencia de la ciudad de Soria, céntrico, donde se puede disfrutar de cientos de especies de variada vegetación, lugar de alto valor cultural y paisajístico. De allí al Museo Numantino, gratis aquel día. En este museo se puede ver la Historia de Soria desde el Paleolítico Inferior, pasando por la ocupación romana, los musulmanes, la repoblación cristiana, etc.
La noche se cernió sobre Soria. La población, ávida de salir al exterior a pesar del frío, se acumulaba alrededor de la bola iluminada. Paseos tranquilos, charlas, risas, un dulce típico y una amigable charla con una pareja que nos llamó la atención al escuchar nuestro acento extremeño. Resulta que eran de Madrid, pero su familia procedía de Los Santos de Maimona. Lugar al que regresaba en cuanto su quehacer laboral se lo permitía. Da gusto hablar con la gente de nuestra poco admirada tierra, al menos de los que la habitamos cada día de nuestra vida. ¡Por cierto, no era la primera vez que nos encontrábamos a alguien de Los Santos en nuestros viajes! Este verano, una autocaravanista en Berna también nos dijo que su familia procedía de allí. En Varsovia, también nos encontramos a otra turista de procedencia santeña.
Diez horas después de dejar la AC, regresamos. Por fin, habíamos conocido Soria capital. Verdaderamente la habíamos pateado. ¡Qué nos quedaron lugares por ver, sabores que probar! Pues claro, para eso está el regreso. Regresaremos en alguna otra ocasión.

Domingo 9 de diciembre. Nos quedaban solamente dos días de nuestro largo Puente de Diciembre. Uno de ellos lo invertiríamos en regresar a casa, pero ¿y el otro? Antonio y Paqui recordaban que en un viaje anterior habían estado en Pedraza, declarado como uno de los pueblos más bonitos de España. Nos caía de paso dirección a Segovia, así que tras haber descansado plácidamente en aquel parking soriano, decidimos hacer el oficio propio de todo autocaravanista, el repostaje de aguas y que mejor sitio que el Área de autocaravanas del hipermercado E.Leclerc de Soria (41.7732, -2.48645). Aprovechamos también para repostar gasoil que si no nuestra casa sobre ruedas no se mueve. Completo de todo, nos dirigió el navegador hacia Pedraza.
Tomamos la N122, por momentos A11 desembocando en la N110, mejor mirar el mapa adjunto, porque menos mal que tenemos estos aparatos modernos. A veces me pregunto cómo se viajaba antes, pero no pierdo la oportunidad de autocontestarme, pues con mapas y tan ricamente. Ahora, a veces, uno parece memo siguiendo a un aparato que a decir verdad, siempre sabe dónde va, al menos según las indicaciones que tú mismo le has dado. Normalmente no se equivoca nunca, si lo hace es porque no le hemos dicho bien donde queremos ir o la configuración no es la justa y necesaria. Este que tenemos es nuevo el tonto del Tom Tom decidió que estaba cansado de viajar y se apagó. El recién llegado es un Garmin Camper 700 con una gran pantalla que aún no tiene un sitio fijo en el salpicadero, pero lo tendrá.
El hecho es que nos dejó en las puertas de Pedraza. Una señal mal colocada casi nos hace entrar por una puerta medieval. Menos mal que a veces me fijo en las señales y había una de circulación prohibida a veinte metros de donde debía que estar, así que dimos ambas AC marcha atrás y aparcamos junto a la carretera. Habíamos reservado en el restaurante donde comieron nuestros primos años atrás, que luego resultó no ser.
Era la hora justa, pero se conoce que el lugar debería tener mucha fama, porque estaba hasta los topes. La reserva nos sirvió para que nos atendieran inmediatamente. Fue buena idea. Nos señalaron una mesa en el piso superior del bar restaurante Reberte. Cochinillo quisimos comer, íbamos a eso y lo comimos. No estuvo mal. Es lo que pasa cuando te venden la burra y cuando la montas no te parece tan buena. Suficiente, pero menos de lo esperado. Es mi opinión.
Una vez llenado el estómago, paseamos por el pueblo. El Castillo estaba cerrado, además habíamos decidido seguir hasta Segovia, donde había un área de autocaravanas. Este destino había estado siempre en la mente. Estuvimos en Segovia con la AC hace un montón de años. Era verano y por tanto caluroso y hacerlo en invierno nos atraía, aunque siempre había estado como una opción prescindible. Al final con el Sol de frente nos trasladamos hasta Segovia, unos cuarenta kilómetros desde Pedraza por la SG-P-2322 y la N110.
Encontramos el Área fácilmente (40.9407, -4.10809). De nuevo el navegador nos guió correctamente. Está en un parking de coches con apartado especial para las ACs. No usamos los servicios propios de las autocaravanas, pero lo tiene. Media hora después, admirábamos bajo la luz de las farolas el Acueducto de Segóbriga. Magnífico ejemplo de las construcciones hídricas romanas. Casi dos mil años después de su levantamiento, ahí está, presidiendo la Segovia actual. Un mercadillo navideño llamó nuestra atención o, quizás debería decir, llamó la atención de las dos chicas. Un té calentito sirvió para coger de nuevo color. El frío de Segovia es primo hermano del de Soria.
Tras un cómodo paseo de quince minutos regresamos a nuestras ACs. Algunas más nos rodeaban. La mayoría de ellas calzadas, no en vano los aparcamientos para ACs tienen una ligera pendiente. De este tema, hablaré en otro momento. ¿Aparcadas o acampadas si se ponen calzos? Para mí, aparcadas naturalmente.
Despedida y cierre. Otro completo día de asueto. Buena ruta y hasta mañana.

Llegó el lunes 10 de diciembre. Salimos apenas pasaban de las 10:30. Nuestro objetivo era llegar a casa antes del anochecer. La N110 sería nuestra ruta base. Conocía que era la ruta que nos llevaría hasta Plasencia, ya en nuestra tierra extremeña. Volveríamos de la fría meseta hacia las cálidas tierras extremeñas como los rebaños en la trashumancia. Pasaríamos por Ávila. La dejamos a la izquierda. Seguiríamos hasta Piedrahita, El Barco de Avila. Nos adentraríamos en las estribaciones de la Sierra de Gredos, Puerto Castilla, Tornavacas y descenderíamos hacia Jerte, Cabezuela del Valle, Navaconcejo. Todo ello por carreteras enrevesadas, curvilíneas, con firme variado. Sorprendido por el buen asfalto hasta que entramos en Extremadura, donde la carretera que yo recordaba reapareció. Podíamos a ver tomado hacia la A5 cerca de Piedrahita, eso nos indicaba nuestro compañero digital, pero no, debíamos bajar por la N110. Creo que va siendo hora de hacer algo con esta carretera nacional a su paso por Extremadura. Es importante. Une el norte de Extremadura con la meseta dirección Ávila y Segovia. Pero de momento está como está. Espero que estas líneas me sirvan para no volver por allí si hay otro camino mejor, porque lo hay.
Antonio y Paqui suelen comer en un restaurante que hay en la A66 en Casar de Cáceres, Restaurante El Gallo (39.55739, -6.40262). Allí nos dirigimos, pero llegamos casi a las 15:30 después de hacer una media de 50 km/hora desde Segovia. Llegamos con más hambre que un perro desvalido, pero … mereció la pena. Se podía pensar que sería un comedero, es decir un lugar donde te echan de comer, pero estábamos equivocados, el codillo que me zampé estaba realmente bueno y todo por 10€ el menú completo.
Casi automáticamente por las veces que la hemos recorrido, seguimos dirección Sur nos separaban apenas 90 km de casa.
Viajar es vivir. Vivir es disfrutar de la vida. Saber extraer la esencia de lo vivido es la lucha diaria del ser humano. La esencia es buena por naturaleza. Esto me lleva a pensar que viajar es bueno por naturaleza. A veces es complicado sacarnos de esa zona de confort que es nuestra vida diaria, con nuestros protocolos, costumbres bien aprendidas, a veces viciadas por el uso diario. Viajar es, de alguna manera, salir esa zona confortable y presentarnos una vida sin procedimientos preestablecidos, donde cada momento es distinto al anterior, tan distinto como los diversos lugares visitados, todos llenos de nuevas expectativas y, por qué no decirlo, de nuevos miedos que, al fin y al cabo, no son otra cosa que aventuras nuevas a la que enfrentarnos. Esto lo tengo que aprender, personalmente estoy en ello y escribiendo estas líneas es cuando me doy cuenta de que es una asignatura que todavía tengo que aprobar.

Hasta la próxima.

1 comentario:

Patricia dijo...

Gracias por la publicación