Cumpliendo etapas, viviendo nuevas experiencias, llegamos a Las Alpujarras granadinas.
Parece que nos ha dado por Andalucía últimamente.
Si empezamos a primeros de año con Córdoba, Úbeda y Baeza. Seguimos con Ronda y alrededores. En esta nueva ruta, nos dimos el gusto de recorrer algo más de medio millar de kilómetros para llegar a uno de esos lugares a los que se han planeado ir en muchas ocasiones, pero, hasta ahora, no había cuajado.
Las Alpujarras, en este caso las granadinas, están a algo más de quinientos kilómetros de casa, tomando la A66 hasta Sevilla y después la SE30 de norte a sureste desembocar en la A92 dirección Málaga-Granada, la cual nos dejó en la llamada A92G a la altura de Santa Fe y a unos minutos de Granada capital. La rodeamos por el oeste y es la A44 que se dirige hacia el sur dirección Motril la que tras cuarenta kilómetros nos dejó en la A348. Allí se acaban los trazados rectilíneos con dos carriles por sentido, para comenzar un enrevesado zigzag con infinidad de curvas, un asfalto en buen estado, pero estrecho para el tráfico que soporta, incluso camiones de un tamaño medio-alto.
El primer pueblo que nos encontramos es el afamado Lanjarón. El agua comercialmente famosa lo preside todo. Por estas fechas decir "todo" es querer decir lo que realmente se comprende con esta palabra. Durante estos días de la última decena del mes de marzo, el agua en formato natural de lluvia ha caído de manera copiosa y no solamente durante el trayecto hasta los lugares que recorremos, sino que los múltiples arroyos que descienden de las montañas nevadas o no hacen que el paisaje se asemeje a los inviernos lluviosos de antaño. Sonido de agua corriendo de manera suave y casi imperceptible o incesante torrente con su sonido peculiar, arrollador.
No tuve oportunidad de probar el Balneario de Lanjarón, aunque sí mis chicas. Eso sí, aproveché las casi dos horas de asueto para leer bajo un incipiente sol primaveral que aparecía y desaparecía entre nubes que amenazaban lluvia.
Ya por la tarde y colocada nuestra AC en un lugar apropiado, nos dimos un buen paseo por las entrañas del pueblo de Lanjarón. El frío nos acompañó durante el trayecto, cosa que nos invitó a probar unos buñuelos calentitos, recién hechos y regados con chocolate. ¡Qué ricos!
La noche fue apacible, tranquila, donde la lluvia intermitente nos sirvió para descansar de tan ajetreado día.
Desgraciadamente, Lanjarón no dispone de ninguna infraestructura especial para autocaravanas, así que nos tuvimos que conformar con un aparcamiento de tierra compactada bastante céntrico, si circulamos por la calle que rodea el pueblo por su parte baja.
Siguiendo la A348, llegamos hasta Ôrgiva. No teníamos intención de estar mucho tiempo en este pueblo, pues no conocíamos ninguna cosa que nos llamara la atención. La hora del almuerzo había pasado con creces, así que decidimos buscar un lugar donde dar buena cuenta de las muchas y ricas viandas que llevábamos de casa. Así que tras las dudas y discusiones pertinentes sobre el lugar más idóneo donde "aterrizar" nos zampamos un rico plato de pollo al pil pil aderezado de productos de nuestra tierra extremeña, para no variar.
Para rebajar el almuerzo, paseamos durante una media hora por algunas de las calles de Örgiva. Seguro que este pueblo alpujarreño tiene más cosas que ver que las que nuestros ojos apreciaron. No tuvimos oportunidad ni de tomarnos un simple café.
Antes de entrar en Örgiva, vimos una señal que nos indicaba la carretera a seguir para adentrarnos en Las Alpujarras granadinas, la GR421. Enrevesada carretera local de buen piso, con ensanchamiento especial en las curvas más difíciles y con multitud de pasos estrechos. Esta nos llevó a través de Caratunas a Pampaneira, bonito pueblo escalonado y enganchado en la montaña, con las típicas casas alpujarreñas formando un conglomerado, donde el tejado de unas puede ser perfectamente la terraza de otras o por lo llamarlos como son conocidos por allí, los terraos, típicos del lugar, aunque quizás yo también diría de todo el sureste de .España.
Naturalmente Pampaneira tiene también su componente turístico y, cómo no, infinidad de tienda de productos típicos, tanto de artesanía (mantas, jarapas, etc) como culinarios (aceite, jamones, chorizos, lomos, miel, etc). Un lugar que no tiene ningún servicio para autocaravanas, pero si un parking de autobuses, no muy grande, pero que hizo las veces de lugar de pernocta durante dos noches no consecutivas.
Naturalmente, la lluvia volvió a acompañarnos en nuestra segunda noche de viaje, aunque esta vez fue más bien una llovizna; eso sí, el viento arreciaba por momentos.
Tras el típico desayuno sano autocaravanero, descrito en otros viajes, seguimos la GR421 hasta Capileira, pasando por Bubión. De nuevo la carretera con vueltas y revueltas plagada de vehículos que subían y bajaban. Llegar hasta Capileira nos supuso poco menos de media hora a pesar de que está de Pampaneira una decena escasa de kilómetros. Ascendíamos, pasamos por Bubión hasta llegar a Capileira.
En un aparcamiento ocasional en batería con algo de pendiente, decidimos dejar la AC. Me suponía que en aquel trazado urbano tan sinuoso y escarpado no iba a encontrar el típico lugar llano y con vistas que siempre íbamos buscando. Las vistas las tenía, pero de llano tenía poco.
Habíamos hablado de hacer alguna ruta senderista y Lucía nos sirvió de guía experimentada para llevarnos hacia Las Cebadillas, una ruta de tres horas aproximadamente, circular y que nos llevaría bordeando el Barranco de Poqueira hasta llegar a la central eléctrica. Sinuoso trazado, con un ascenso muy pronunciado al principio, con piso de piedra en ocasiones sueltas, aterrazado, que exige una forma física aceptable.
Los paisajes son espectaculares. El arroyo en el fondo del barranco acompaña siempre con su ruidoso torrente. De vez en cuando desaparece de la vista, unas veces por la altura y otras por sus frondosas orillas.
Llegamos a la central eléctrica de Poqueira, punto de vuelta en esta ruta circular.
Además de la propia central que produce electricidad desde las conducciones de agua que vienen de las montañas, existen también una serie de edificios que antiguamente fueron la residencia de los trabajadores de la central eléctrica; hoy, estos edificios están abandonados y recuerdan a un pequeño poblado deshabitado, propio para "montar" un buen albergue, retirado del mundanal ruido; por tener, tiene hasta una ermita de una construcción más reciente que el poblado. Es una lástima que estos lugares no estén aprovechados para ese sano tipo de turismo que llega hasta esos lugares indómitos, alejados y propensos para mantener totalmente el contacto entre el cuerpo y la mente, entre las personas y la Naturaleza.
La verdad es que no sólo se llega hasta allí mediante el sendero que transitamos, sino también por un camino vecinal, pues justo llegando a la central eléctrica, apareció un vehículo 4x4 de Endesa.
La vuelta la hicimos por un camino distinto. Justo al llegar a la Ermita atravesamos un puente (1.510 metros de altitud) y tomamos el sendero ascendente hasta el puente de Abuchite (1.300 m. de altitud). Aunque por las cotas de altura, parece que bajamos desde la central no fue así, pues las subidas y bajadas fueron continuas A veces, el propio sendero quedaba cubierto por una fina capa de agua, producto de las continuas caídas de agua que provenían de las alturas, algunas de ellas verdaderas cataratas. Siempre el Barranco de Porqueira se distinguía en el fondo, seguía a nuestra izquierda, pero ahora ya nos dirigíamos de nuevo hacia Capileira..
Lo que pensé que iba a ser un paseo, se convirtió en una verdadera ruta senderista, la Ruta de la Cebadilla: 8 km y cerca de tres horas de caminata, por un terreno que bajo nuestro propio baremos es de intensidad media, con zonas de continuas bajadas y subidas y alguna que otra zona llana. No hay zonas en donde tienes que echar mano de las cuatro extremidades, pero si que hay alguna que otra gran subida, aunque el piso en general es bueno. Nos encontramos a muchos senderistas, tanto a la ida como a la vuelta.
Unas cervezas refrescantes, a pesar del tiempo más bien fresco, rubricó nuestra Ruta de las Cebadillas.
Poco a poco el Sol se fue abriendo paso y, aunque no se quedó totalmente despejado, sí que pudimos almorzar con el astro rey presente en la terraza del Restaurante Ruta de las Nieves un buen plato alpujarreño, además de otras buenas viandas de la tierra.
La idea era seguir hasta Trevélez, el pueblo más alejado dentro de la ruta que teníamos prevista, además de ser, según dicen, el pueblo con el Ayuntamiento más alto de la Península Ibérica.
Sin dejar la GR421 y justo antes de llegar a Pitres, en la margen izquierda de la carretera nos encontramos el Camping El Balcón de Pitres.
En nuestro mundo, el del autocaravanismo, parece que la palabra "camping" es tabú. Nosotros venimos del campismo más puro, de aquel practicado en tienda de campaña, con niñas pequeñas y cocinilla plantada sobre la mesa de camping. Nos encantaba ir de camping, puesto que nos servia de lugar de partida para conocer las tierras de su alrededor, lugares que distaban muchas veces varias decenas de kilómetros.
Con la autocaravanas, esos lugares de antaño se han acercado, pero tenemos un contratiempo importante: el repostaje, entendido como el vaciado y llenado de los depósitos de las autocaravanas. Y ese era nuestro handicap después de tres días. El camping de Pitres nos sirvió para repostar agua y vaciar las grises, con las negras no solemos tener tanto problema, disponemos de inodoro náutico con una gran capacidad.que nos dura bastante días.
Este camping Balcón de Pitres es un tanto anticuado con unas parcelas poco definidas, aterrazadas, con unos servicios decentes, perfectamente aptos y límpios. Por poner algunas pegas, los árboles tienen las ramas bajas para nuestros "paratos" y no existe una verdadera estación de servicio para las autocaravanas. Sería una de esas cosas a mejorar para tener un camping bastante bueno en una zona turística estupenda. Los empleados, eso sí, excelentes, tanto la recepcionista -nos dijo que llevaba veinte años allí- una persona amable y cordial, como los técnicos de mantenimiento que enseguida nos buscaron una goma con un buen caudal de agua. ¿El precio?, para mi gusto algo elevado, casi 27 € por pasar la noche, tener electricidad y llenar 100 l. de agua. Pero, nos dio el apaño, que se dice, y eso es lo que cuenta.
A la mañana siguiente, cerca de las 10:30 retomamos la GR421 para llegar a Trevélez tras infinidad de curvas a izquierda y derechas y unos buenos repechos. Justo viendo las primeras casas del pueblo hay un camping, el camping Trevélez. No lo necesitábamos, así que pasamos de largo. Al llegar al pueblo, nos desviamos a la izquierda para dirigirnos al barrio alto del pueblo.
Teníamos noticias de que había un gran aparcamiento. Efectivamente, allí estaba. Después de bajar una repentina rampa de 100 metros. Justo al lado de un pequeño parking infantil y con el susurro de un arroyo que transcurría un poco más abajo.
Como no habíamos hecho suficientes piernas el día anterior, el barrio alto fue nuestro primer objetivo. Empinadas calles nos guiaron hasta un mirador, una era, como por allí se llama, exactamente aquellos lugares donde los agricultores hacían el oficio de separar el grano de la paja ayudados por el viento que siempre corre por allí. Desde esa era se divisa todo el pueblo y la hondonada que forman las altas montañas de su derredor.
Paseamos también por el barrio medio, donde compramos unas viandas para el almuerzo, entre ellas jamón al corte, producto emblemático de la tierra, una botellita de vino y un pan de pueblo. ¿Qué necesitábamos más? Nada. Sólo un lugar donde comerlo: nuestra autocaravana se brindó a ello y, acompañado con el sonido del arroyo y el Sol que entraba por la puerta y ventanas, nos zampamos el jamón, el pan, el vino y algo más que encontramos en nuestra despensa.
Hablamos de ver el partido de fútbol de nuestra selección con la francesa que se celebraría esa misma noche. Como dije antes, todavía nos sentimos verdaderos campistas. Nunca jamás llevamos una televisión y seguimos sin hacerlo, así que la idea era bajar de nuevo hasta el parking cómodo de Pampaneira y disfrutar del partido mientras cenamos en algún restaurante del pueblo.
Tras una corta siestecita acunado por el arroyo, nos despedimos de Trevélez. Volvimos a la GR421 y a paso de tortuga, sorteando un mayor tráfico, incluso de vehículos de tamaño medio-alto, llegamos a Pampaneira.
El viento soplaba de lo lindo. Eran más de la seis de la tarde y nuestro parking, visto desde las alturas tenía bastante coches, pero conseguimos encontrar el mejor sitio, es decir, sin estorbar y lo más llano posible.
Mis chicas decidieron ir de compras. Se habian quedado con ganas de comprar unas jarapas y algún otro producto de la tierra. Mientras mi amigo de cuatro patas y yo nos dedicamos a pasearnos mutuamente por los alrededores del parking.
La noche cayó pronto. Parecía que la lluvia descansaría esa noche, pero el viento era constante.
La hora del partido llegó. Nos dejamos caer por un hostal restaurante que está justo a la entrada de la calle peatonal. Un sitio acogedor con buena cocina y amable personal en donde dimos rienda suelta al ardor futbolero-patriótico que nos caracteriza los días de partido de nuestra "roja". Jugamos, sufrimos, pero ganamos. Las berenjenas a la miel y las croquetas caseras nos supieron mucho mejor.
Junto a otras dos ACs pasamos una noche estrellada sin una sola nube. Todas fueron arrastradas por un incesante viento que no dejó de mover la autocaravana en toda la noche. Este hecho nos sirvió para admirar a un más si cabe nuestro "amor" por esta manera de viajar. La calefacción encendida a medio gas nos proporcionó el hogar apropiado para dormir placenteramente.
El día siguiente sería de viaje de regreso a la casa con cimientos de Mérida. Algo más de cinco centenares de kilómetros y ocho horas de viaje, con sus descansos pertinentes incluidos. Una hora y media de esas ocho fueron para salir de aquel lugar abarrotado de curvas y contracurvas, de bajadas y de subidas y de un tráfico que iba a más. La GR421 y la A348 fueron dejadas atrás, una vez que nos montamos en la A44 dirección Granada, seguida de la A92G, A92 hasta Sevilla y de la A66 que nos dejó en Mérida y en la puerta de casa.
De nuevo, satisfacción total. De nuevo, nuevas tierras han visto nuestros ojos, nuevos olores y sabores. Nuevas gentes. De nuevo, nuestro lema, VIAJAR ES VIVIR.
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