miércoles, 23 de julio de 2008

Sin reservas (II)

¡Vaya día!
Abrir la puerta de la AC y encontrarte seis o siete cuerpos tendidos en el suelo a menos de cinco metros da un poco de yuyu, pero enseguida me repuse, eran los compañeros escaladores de nuestras escaladoras.
El silencio era total, apenas se oía en la lejanía el rumor de la olas.
¿Llueve o es que la espuma del mar llega hasta aquí? Llovía muy ligeramente, pero llovía, sin embargo los durmientesalraso allí estaban tan panchos, durmiendo como troncos.

El día no parecía comenzar como el típico playero. La montaña que vigilaba nuestros pasos, estaba cubierta por la niebla matutina. Lo mismo el sofocante calor nos dejaba un respiro este día. Para la escalada parecía un día perfecto, aunque los expertos nos informaron de que la roca estaría mojada por el ambiente húmedo y sería más complicado hacerse con las vías; pero, al menos, pensamos nosotros nos os tostaréis con el sol abrasador.
Hacía verdaderamente frío. El viento procedente del mar auguraba que el día iría a peor, incluso, la niebla y chirimiri arreciaban hasta el punto de que decidimos recoger sombrilla, esterilla y demás parafernalia playera y regresar a la AC.
Cuesta arriba de nuevo, pero para eso queremos las piernas, ¿no?
Después de charlar con otro grupo de escaladores de Badajoz, amantes también de los campers y los viajes nos dispusimos a dejarnos caer por Portinho da Arrábida.
El día anterior, exploramos ese puerto chiquitito que es Portinho. Se puede acceder con vehículo siguiendo la carretera que bordea la costa hasta un cruce y desde éste un semáforo nos dirá si la carretera está libre para llegar hasta él o desde la misma playa en la que estábamos siguiendo un camino que la bordea.
Cuatro casas, más un par o tres de restaurantes, un pequeño muelle y un parking para quince o veinte coches, eso es Portinho da Arrábida, pero tiene un encanto especial, un olor a pescado propio de puertos marineros y una gente amable. Uno de aquellos restaurantes nos acogió a la hora de la comida. La caldeirada de pescado, ¡qué sabor!
Las escaladoras acudieron exhaustas, cansadas de su bregar con cuerdas y riscos, con las manos magulladas, pero con la sonrisa afable del que disfruta con lo que hace.
Doscientos sesenta y cinco kilómetros nos separaban de casa, algunos de ellos por una estrecha carretera de montaña que nos subió a todo lo alto de la Sierra de Arrábida. Ahora me explico esas fotos pseudoaéreas que he visto por Internet. Llegamos a navegar por entre la niebla que corría por la carretera. Casi en un abrir y cerrar de ojos, el sol apareció para no marcharse en la hora que pasamos observando el panorama desde multitud de miradores. A la izquierda, Setúbal y a lo lejos, al otro lado de una estrecha lengua de mar, Troya, la portuguesa,

Poco menos de tres horas después, algunos litros de gasoil (el portugués a 1,43€ y el español a 1,31€) y el peaje (23,2€) llegamos a casa, cansados, pero pensando en la siguiente escapada, aunque ésta esperamos que sea algo más, un verdadero VIAJE.

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