El GPS nos dice que antes de pasar el puente sobre el río Mondego, a la izquierda está el parking para las AC, pero sí sólo hay coches y más coches y ... una AC. Nada más entrar un gorrilla algo mal encarao nos señala sin mirarnos que entremos hasta el fondo. Mi jefa se baja para investigar y otro gorrilla desde lejos nos llama la atención para que lo sigamos.
La AC rodeada de coches y la pseudo calle que forma los vehículos se estrecha cada vez más y er tío sigue diciendome que siga. Centimetros y casi milimetros nos separan de los coches, pues cada uno lo coloca como puede en el hueco que le indican estos colegas. Llegamos hasta donde nos señala y ... no cabemos. Lógico. Me da por reirme, porque el hombre pone mucho interés, para que aparquemos en aquel guirigay. Me dirige hasta otro lugar que ha encontrado y yo, carcajada continua. Ahora me hace girar en 90º para entrar en otra de aquellas calles y, como ha visto que en bateria es imposible, quiere que la ponga en línea, cuando ya parece que termina todo aquello sin un rasguño, me dice que le dé la vuelta en redondo y ponga la cabeza mirando al lado contrario, dice que así saldré mejor. Los ojos me lloraban de la propia situación y de ver la cara de mi jefa que no las tenía todas consigo. La cuerda se estaba tensando en exceso y al final terminaríamos rozando algún coche. El fulano de ver como me reía, sonreía a su vez. Todo termina, pero ... no. Cuando iba a sacar la llave del contacto, me hace aspavientos a lo lejos para que me vaya hasta allí. Aquello era el despipote padre. Nos había buscado un sitio que miraba directamente a la avenida por la que habíamos entrado con una muy buena salida, mirando a la parte de alta de Coimbra y al río Mondego, un lugar privilegiado. Hubo que hacer un doble salto mortal con tirabuzón portugués para entrar en aquel hueco. Ni de coña entra la autocaravana ahí, pero entró, como que si entró y hasta sobraba un dedo por cada lado.
El rato que pasé fue tan divertido. El gorrilla, un tío con bigote y gorra, que si cobra por coche y metro cuadrado seguro que gana un muy buen sueldo.
Gracias gorrilla.
La AC rodeada de coches y la pseudo calle que forma los vehículos se estrecha cada vez más y er tío sigue diciendome que siga. Centimetros y casi milimetros nos separan de los coches, pues cada uno lo coloca como puede en el hueco que le indican estos colegas. Llegamos hasta donde nos señala y ... no cabemos. Lógico. Me da por reirme, porque el hombre pone mucho interés, para que aparquemos en aquel guirigay. Me dirige hasta otro lugar que ha encontrado y yo, carcajada continua. Ahora me hace girar en 90º para entrar en otra de aquellas calles y, como ha visto que en bateria es imposible, quiere que la ponga en línea, cuando ya parece que termina todo aquello sin un rasguño, me dice que le dé la vuelta en redondo y ponga la cabeza mirando al lado contrario, dice que así saldré mejor. Los ojos me lloraban de la propia situación y de ver la cara de mi jefa que no las tenía todas consigo. La cuerda se estaba tensando en exceso y al final terminaríamos rozando algún coche. El fulano de ver como me reía, sonreía a su vez. Todo termina, pero ... no. Cuando iba a sacar la llave del contacto, me hace aspavientos a lo lejos para que me vaya hasta allí. Aquello era el despipote padre. Nos había buscado un sitio que miraba directamente a la avenida por la que habíamos entrado con una muy buena salida, mirando a la parte de alta de Coimbra y al río Mondego, un lugar privilegiado. Hubo que hacer un doble salto mortal con tirabuzón portugués para entrar en aquel hueco. Ni de coña entra la autocaravana ahí, pero entró, como que si entró y hasta sobraba un dedo por cada lado.
El rato que pasé fue tan divertido. El gorrilla, un tío con bigote y gorra, que si cobra por coche y metro cuadrado seguro que gana un muy buen sueldo.
Gracias gorrilla.
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