Portugal sigue siendo un buen lugar para viajar. Ese regusto a lo antiguo me sigue quedando en el paladar. Parece otro país, decimos, y claro que lo es, diría yo que gracias a Dios que lo es.
Ese grupo tan heterógeneo de seis personas que formamos estas tres parejas, nos gusta viajar juntos, pero no revueltos.
De nuevo, Portugal volvió a ser nuestro referente. Más concretamente la zona fronteriza más cercana a Extremadura, Penha García, Monsanto, Castelo Branco y Estremoz, pasando por las Termas de Monfortinho.
La libertad es nuestra bandera. Mientras la conservemos, es nuestra referencia y nuestra salvaguarda.
Salimos desperdigados, como casi siempre, pero nos juntamos para seguir un mismo camino. Relva, a las puertas de Monsanto, fue nuestro lugar de encuentro. Juntos decidimos seguir el camino, primero en una de las autocaravanas para llegar arriba, a Monsanto, casi a lo más alto de este pueblecito entre peñascos a la falda de lo que fue un castillo vigía.
Entre grandes piedras redondeadas, Monsanto sobrevive, supongo que del turismo, porque no se ven vestigios de que puedan ser ni agricultores, ni ganaderos, naturalmetne tampoco hay industrias, por tanto el turismo rural y gastronómico debe ser su fuente de vida.
Pateamos sus intrincadas callejuelas, siempre subiendo hasta las últimas piedras de lo que debió ser una fortaleza medieval. Es curioso observar como las paredes de sus casas son la misma piedra que la mano de un dios magnánimo las colocó en las más diferentes posiciones. Por qué luchar contra la ferocidad del lugar, se utiliza tal y como está, eso debieron pensar los constructores de Monsanto. Las cámaras fotográficas echaban humo, así nos ha pasado que tras recopilar las imágenes, los tres fotógrafos tenemos imágenes cuasi repetidas, siempre con el nexo común de las piedras de Monsanto.
Nosotros, los BLOR salimos de Mérida justo al mediodía del viernes 7 de enero de 2011. Debíamos hacer de taxista y dejar a una de nuestras estudiantes en Plasencia. Comenzaba en un par de días el segundo trimestre del curso escolar. El equipaje, incluyendo a nuestra gatita Milu, era considerado no apto para viajar en transporte público, así que por enésima vez cumplimos con una de las labores más relevantes como padres. Tras ello, emprendimos de nuevo el viaje de padres "liberados". Coria, Moraleja y, por fin, entramos en el llamado país vecino, Portugal. Aún, gracias a Dios, sigue existiendo la raya, línea ficticia que separa dos paises con una idiosincrasia propia, con unas costumbres distintas y con una manera de comportarse diferente. El portugués o portuguesa de estos pequeños pueblos fronterizos suele ser muy educado, afable, comunicador y llano. Preparado para explicarte lo más próximo al castellano cualquier cosa que le quieras preguntar.
Después de un leve paso por las Termas de Monfortinho, justo para preguntar en la oficicna de información por el balneario que estaba cerrado y recorrer los posibles lugares de pernocta para una posterior visita, seguimos en una tarde que amenazaba lluvia hasta Penha García. Poca referencia teníamos de este pueblo, prácticamente sólo las que nos dieron en la Oficina de ,.
Raro en nosotros, nos atrevimos a avanzar con la AC por las calles cada vez más estrechas del pueblo, subiendo hacia el castelo. Nos dimos de bruces con un pequeño aparcamiento, presidido por la figura expuesta de un carro de combate verdadero, aupado en un pequeño pedestal. La tarde se tornó negra. Las nubes no sólo cubrían el cielo, sino que amenazaban con caernos encima con toda la fuerza de la pluviología. Una bica nos acercó a los lugareños. Gente amable, dicharachera. Nos comentaron que el tanque llevaba unos quince años allí plantado y el único fin era el de adornar un lugar de entre los muchos que el ejercito portugués había repartido, sus tanques obsoletos, por la zona. A los habitantes de la comarca no les hacía mucha gracia, porque pensaban que en caso de conflicto el ejercito enemigo pensaría que habria unidades blindadas por toda la zona. En fin, tiene más pinta de chiste que de otra cosa, pero nos dio la sensación de que no les gustaba mucho la idea, además, y esto es una opinión nuestra, no "pegaba" mucho un tanque allí subido a un pedestal y al lado de un parque infantil de juegos.
La noches cayó sobre Penha García y las nubes se rompieron sobre sus calles y sobre nosotros mismos. Un joven que regentaba un pequeño bar nos enseñó una buena colección de trilobites que tenia de adorno por todo el local. Otro descubrimiento que hicimos sin buscarlo. Nos informó de una ruta senderista que nos llevaría por los alrededores del pueblo y de una presa que sostenía el agua de un río cercano. Hace 500 millones de años que por el lugar bullía el mar.
La noche se puso negra como es preceptivo por la nocturnidad del hecho, pero además las nubes dejaron caer todo lo que llevaban. Nuestra ruta nocturna nos llevó hasta una iglesia a la falda del castillo. La lluvía caía con fuerza y las calles pasaron a ser arroyos. Decidimos volver a nuestro hogar rodante.
Lloviendo llegó el solaz de un pequeño lugar de apenas 10 metros cuadrados. Son los metros más aprovechados que hemos visto, pero que tranquilo, cálido y a gusto se está en ellos. No falta de nada y nada necesitamos. Un poco de calor, o mucho, según como se vea, gracias a nuestra calefacción central. Un par de focos led para la lectura. Un cena frugal, pero exquisita, y una película grabada para nuestro último solaz. La lluvia fuera seguía repiqueteando en los cristales y golpeando el techo de nuestra AC. Nos acunó hasta que el sueño nos venció.
Llegó la mañana, despacio, una hora después de lo previsto. Portugal es así. Un grupo de lo que nos parecieron excursionista terminó subiéndose en un autobús. El aroma del café recién hecho fue despertando nuestros sentidos de nuevo. Rebanadas doradas sobre una plancha tostadora y manteiga de la tierra portuguesa nos saludaron a un día que esperábamos fuera fructíferos con nuestros amigos y compañeros de viaje por tierras fronterizas.
Nubes cada vez más negras se agarraban a la cima de Penha García. La fe de ML por conocer nuevos sitios y no dejarse nada atrás, me empujó como casi siempre a subir lloviendo por aquellas mismas calles que anduvimos la noche anterior hacia el castelo de Penha Garcia. La verdad que de castillo tiene poco. Una torre almenada en semirruina y poco más, pero el paisaje que se ve desde allí merece la pena el esfuerzo. Un angosto desfiladero desagarrado por una inconmensurable garra marca los peñascos laterales. Reza un cartel que por allí hace 500 millones de años vivían los trilobites que la noche anterior el joven lugareño nos enseñó. Una gran presa vista en la lejanía desde las alturas de las almenas tapona el río que por allí transcurre.
El clima lluvioso y la pronta llegada de nuestros amigos a Monsanto nos hizo regresar a la AC, no antes de hacernos con un pan redondo portugués.
Dejamos Penha García, planeando volver en primavera para disfrutar más de su paisaje y de su gente. Volveremos cuando el tiempo sea más benigno y podamos hacer la ruta senderista recomendada.
Había visto por el Google Earth, como no, que a Montalvo sería complicado subir con la autocaravana, por no decir imposible. Seguimos la carretera cada vez más estrecha hasta el pueblecito de Relva, donde un paisano nos mostró un lugar para aparcar. Aunque no estaba llano era lo suficientemente grande como para dejar las tres autocaravanas y subir andando durante quince o veinte minutos por la estrecha carretera que nos dejara en Monsanto.
Una vez que llegaron nuestros amigos, se decidió que la AC de Antonio era más pequeña e iríamos todos en ella. Me pareció bien, porque yo no me atrevía a subir más con aquellos cacharros tan grandes. Al amigo Antonio le pareció bien y, sin mirar el peligro, gateó hacia Monsanto. Con suerte, encontramos el espacio suficiente para dejar la AC en la parte más alta donde podíamos llegar. Estupendo, porque si no hubiera sido así, la caminata cuesta arriba habría minado nuestras fuerzas, a pesar del aperitivo que nos regalamos con queso portugués y pan redondo.
Pocos, o muchos, según se mire, turistas había por la zona. Monsanto es espectacular. Grandes piedras redondas sirven como parte de las paredes de todas sus casas. Las callejuelas, estrechas y reviradas, se entremezclan en un desorden ordenado que nos muestran la subida a la fortaleza. No queda mucho de ella, pero la vista desde lo más alto es espectacular. No eran malos estrategas los medievales, pero no me hubiera gustado nada estar en el pellejo de los pobres esclavos que construían aquellos fortines. Más arriba no se podía subir. Las nubes estaban poco más arriba. La planicie vista desde los cuatro puntos cardinales se podía recorrer con los ojos a muchos kilómetros de distancia.
Decididos a no dejar Monsanto si echarnos por el gaznate una buena comida, pasamos por un restaurante con una arquitectura, para mí, poco afortunada, exenta de gusto y de poca integración con el paisaje rupestre del que está rodeada. Moderna arquitectura interior y exterior. La comida fue otro cantar, suficiente para ir hartos y deseando planchar la oreja en una reparadora siesta.
Pero no fue así. Debíamos andar el camino. La tarde, ennegrecida por los imperturbables nubarrones, no presagiaba que el Sol se iba a dejar ver en este día. Debíamos llegar hasta Castelo Branco, nuestra siguiente parada y planeada pernocta. La distancia no era considerable, pero la climatología y las carreteras portuguesas nos asustaban un poco.
De entremés, una estrecha carretera secundaria portuguesa; de primer plato, el paso por pueblos cuyas calles amenazan con quedarse parte de la AC; de segundo plato, un recio chubasco por una carretera llena de gruesos guardiñas en forma de árboles con grandes ramas que no consigo apreciar si acariciarán o no nuestra AC. El postre se tornó más esperanzador. El Tom Tom nos llevó hasta casi el centro de Castelo Branco. Un parking con pocos automóviles nos sirvió para dejar nuestras ACs mientras pateábamos, ya de noche, el centro de Castelo Branco. Un señor muy amable nos indicó por donde nos podía mover por la ciudad para recorrer sus calles charlando y fotografiando la caída del día y las calles que pronto se mojaron de nuevo.
El día había sido completo para todos. Cada uno a su manera, habíamos aprovechado las muchas horas que llevábamos en pie. Las ganas de tertulia se agotaron cuando decidimos vernos una hora después. Relajarnos cada uno en nuestro AC era nuestro programa, pero el cansancio pudo con los seis. La noche terminó apagándose con cada mochuelo en su olivo.
Estremoz nos esperaba, pero la mañana se desperezó pausadamente. Nuestro acostumbrado desayuno dio paso a una pequeña tertulia de puesta de acuerdo. Iríamos por la A23 hacia el sur, por Portalegre hasta Estremoz, pero antes teníamos que dejarnos ver por la fortaleza castillo de Castelo Branco. Cómo nos ibamos a ir de Castelo Branco sin ver su castillo.
El poco tráfico endomingado nos dejó en la misma falda de las almenas del castillo. Tres castillos llevábamos algunos ya. Los tres con un denominador común, la falta de un verdadero castillo a la antigua usanza, con sus torres almenadas y sus inexpugnables paredes. Otra vez una torre reconstruida y poco más, al menos eso me pareció a mí. Eso sí, de nuevo un lugar privilegiado donde, en este caso, se podía observar toda la ciudad, la nueva y la antigua.
La autopista sin peaje A23 nos dejó en la carretera nacional que nos llevó hasta Portalegre, la cual ya habíamos pateado en un viaje anterior. Seguimos hacia el sur con Estremoz como meta.
El almuerzo en ruta era nuestro siguiente objetivo. Nos decidimos por no malgastar más euros cuando teníamos las neveras de las ACs atestada de ricos manjares. Dispuestos a no perder la primera oportunidad interesante de parar, vimos una señal de "comedero". Un apartado de la carretera muy propio en las carreteras portuguesas, en el que el espacio no falta, y en el que nuestras ACs pueden ser colocadas como mejor nos venga en ganas. Haciendo un triángulo fortaleza contra el viento que arreciaba, nos propusimos comer con mesura, pero con ganas y estas no faltaron. Ricas viandas se prepararon, las mismas que nos zampamos en poco más de media hora. Estremoz nos esperaba y no queríamos llegar de noche a casa. Uno que escribe ve menos de noche que de día, así que llegados al parking que marcamos en el Tom Tom nos dispusimos a ver algunos el cuarto castillo de nuestro fin de semana: la torre fortaleza de Estremoz. Una bica y unos pastelillos propios de la tierra portuguesa nos sostuvieron hasta la llegada a la torre. Otro baluarte digno de ver, al que se entra por la pousada, hotel histórico en Portugal.
El resto tiene poco que contar, si exceptuamos que nos dejamos caer por el Area de autocaravanas de Terrugem para vaciar los depósitos, antes de tomar la carretera nacional que dejara en Elvas, prácticamente en lo que antes fue la frontera de Caya.
La noche nos alcanzó ya en la A5 a una treinta de kilómetros o poco más de Mérida.
Algo más de quinientos kilómetros marcaba nuestra AC. Un viaje corto en distancia, pero intenso por lo vivido. Un viaje bordeando la frontera y recomponiendo la amistad y las ganas de viajar juntos otra vez.
SALUDOS AMIGOS. Pronto la próxima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario