Que fácil es presumir de senderista. Vamos que cualquiera puede hacer una ruta senderista de 20 kilómetros. No hay problema. Ante el comentario típico de haber hecho tal o cual ruta por tal o cual sitio a tal o cual persona, siempre, siempre te dicen lo mismo: "Esa la he hecho yo" o "Pues yo hice esta o la otra con una 30 kms". ¡Anda ya! Eso o que yo me creía el más andarín de entre todos los andarines que me rodean. Estas conversaciones se parecen mucho a la que suelen mantener los pescadores. Cada cual los pesca más grandes, pues en esto del senderismo pasa lo mismo, yo la hice más larga.
Describir una ruta senderista es como contar un viaje. En este caso, suele ser un viaje sin grandes monumentos artificiales que ver. Es contar un viaje por la Naturaleza propia de un lugar.
Confieso que aún no he encontrado el verdadero espíritu de un senderista. Sé que existe. Sé que lo disfrutaré, pues en la última ruta que hicimos, creí encontrar por momentos ese rayito de sol entre los nubarrones de la ruta y no fue precisamente por como estaba el cielo en aquellos instantes, cubierto por completo de todo tipo de tonos desde el cuasi blanco hasta el cuasi negro total.
En seis horas de caminata y en veinte kilómetros de ruta, nos dio tiempo a todo, aunque a decir verdad la senda por la que transcurrió la mayor parte del camino es poco apta para ir mirando más allá de los dos metros que tengas por delante. Por momentos, se volvía abrupta y resbaladiza, llena de pequeñas trampas ocultas, dispuestas a hacer un ocho de un tobillo descuidado.
Disfrutamos, en las paradas claro, de un paisaje abrumador. En algunos momentos, sin vestigio de la civilización. Sin casas, ni tan siquiera refugios, sin estructuras humanas modernas o antiguas, sin cables que cruzaran de un lado a otro. Solos con la Naturaleza, transportados a unos parajes idílicos, soñados y ahora vividos.
Las palabras podrían, si yo tuviera atino en usar las correctas, transportar a quien las lea al paraje hollado por nuestros pies, pero seguro que es más saludable dejar la huella de ellos en estos parajes que dejar que alguien como yo los describa, seguro con menos fortuna de la que en la realidad del lugar podáis observar en él..
Cansados, pero alegres por las horas vividas en plena armonía con un paisaje clavado en nuestras retinas, olido, oido, saboreado, tocado por nuestras manos y pies. Ni un mal resbalón desafortunado tuvimos en los kilómetros vividos por sendas impracticables en ocasiones por las lluvias caídas.
Pero ¿dónde está este paraiso? Simplemente, en Extremadura, en los parajes que riega el río Jerte, en los llamados Pilones, por la Garganta de los Infiernos.
Disfrutad con estas fotos del lugar.
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